Señoras y señores, esta era la bienvenida a uno de los locales más míticos que haya existido: el Cotton Club de la ciudad de Nueva York.
Eran los felices años 20. Y por entonces, Nueva York era el sitio más concurrido de todo el planeta. Hace cien años, en Manhattan se emprendía una década gloriosa. Una década en la que en Nueva York se bebía a escondidas en fiestas legendarias, en medio de la atmósfera clandestina de la Ley Seca. Se vestían esmóquines y trajes de gala en sótanos donde se interpretaba el jazz auténtico.
Sin embargo, en las interioridades de un edificio junto a Central Park el ambiente era muy distinto. Era un lugar en el que parecía transcurrir un ritual propio de una secta. Había personas vestidas de negro, que llevaban bandejas con un cuidado casi reverencial. Potaban recipientes de vidrio donde había vísceras: corazones que todavía mantenían sus pulsiones rítmicas. Fuera de ese edificio, había quien pensaba que dentro se trataba de conseguir el elixir de la inmortalidad.
Ese lugar era el Instituto Rockefeller para la Investigación Médica. Los corazones latentes eran de pollo. Y el sumo sacerdote de los que iban vestidos de negro era alguien llamado Alexis Carrel, un francés que emigró a Estados Unidos. Un tipo que por entonces ya tenía un premio Nobel.
Alexis Carrel aspiraba a sostener la vida fuera del cuerpo: trataba de mantener vivos tejidos y órganos. Mantenerlos in vitro, es decir, en recipientes de vidrio. Mientras parte de Nueva York se emborraba a escondidas, él trataba de desvelar los secretos de la vida oculta dentro de los cuerpos. Carrel fue un visionario que imaginó la posibilidad de renovar las partes del cuerpo más envejecidas y enfermas. La cirugía vascular se convirtió para Carrel en una obsesión. Su objetivo era reparar los vasos sanguíneos para que mantuvieran su capacidad.
Nietzsche recomendaba no confundir lo útil con lo bueno. A estas alturas, no se va al médico para preguntarle si fumar es bueno o malo. Suele saber discernirse qué es bueno y que no. Pero, ocurre que en ocasiones, llegan a salir buenos resultados de las ideas más retorcidas. Carrel impulsaba sus investigaciones partiendo de elucubraciones fascistas. Carrel llegó a escribir que muchos seres inferiores habían sido conservados por los esfuerzos de la medicina. Cuando su multiplicación era perjudicial para la raza. Ya jubilado, Carrel regresó a la Francia ocupada por los nazis y colaboró con el gobierno de Vichy.
Como ser humano, puede considerarse que su comportamiento fue nefasto, que su forma de pensar era dañina. Pero, tan cierto como es que su investigación científica fue pionera. Su trabajo resultó primigenio en la posibilidad de los trasplantes.