con javier cancho

Historia de los combates cotidianos, II parte

Marco fue un fotógrafo de guerra que buscó la tranquilidad del campo. Le dejamos ayer en la duda de si se iba o no a vivir con su novia. En la duda le dejamos porque se trata de un hombre que no sabe a dónde va; aunque, en el fondo sospeche que la vida es un regalo.

Javier Cancho

Madrid | 13.05.2020 11:14

Marco y Émilie se fueron a vivir juntos. Estaba ilusionado con el futuro; pero era como si su memoria -de repente- hubiera revelado el pasado. Y recordó una noche en la que todavía caminaba decidido a no juntar su vida con la de nadie.

Aquella noche había quedado con una chica, cómo se llamaba... Sylvie. Habían ido a una disco. Qué, Sylvie, ves como puedo bailar vuestra música de mongólicos. Pero si es lo último de David Guetta, es genial, dijo ella. Entonces, preguntó Marco, ahora también es artista ese mongolo de David Jeta, y añadió: bueno, supongo que en una discoteca como esta nunca ponen a los Clash.

Otra noche, frente al mar, su padre le dijo a Marco que tenía alzheimer. Marco ya había notado que a su padre sólo le quedaba media memoria. Pero la revelación no fue medio golpe fue uno entero. Semanas después, recibió una carta de su padre. Dentro del sobre sólo había una foto, y tras la imagen nueve palabras: "antes de olvidar, quiero deciros que no os olvido".

Marco le contó a su familia que había conocido a un tipo inteligente, cordial y muy sensato. Y sin embargo, Marco dejó de hablarle. Descubrió que aquel viejo había pertenecido a los servicios de información franceses en Argelia. Descubrió que el viejecillo cuando fue joven se había comportado como un monstruo con la población civil argelina…¿Y él se arrepiente de aquello? Le preguntaron. Sí, dijo Marco.

Marco le enseñó a Émilie unas fotos que había hecho en los astilleros, en el Taller 22. Marco señaló la de un amigo suyo de la infancia, con el que jugó mucho de niño, y dijo: ahora, él vota al Frente Nacional. ¿Y se arrepiente?, preguntó ella. No, respondió él. ¿Y vas a dejar de hablarle como al viejo de la Guerra de Argelia? No, dijo él. ¿Y cómo se ha ganado tu indulgencia si no se arrepiente? Para esa pregunta, él ya no tuvo respuesta.

Al día siguiente Marco fue en busca de respuestas. El viejo que fue militar y torturó en Argelia le contó toda la historia, todo lo que allí hicieron, siendo minúsculos pernos de la máquina del Estado, creada por los elegidos por el pueblo y empeñada en conservar Argelia dentro de la república francesa. Marco preguntó cómo puedes seguir viviendo con todo eso. El viejo respondió cuando uno no se muere está obligado a seguir viviendo.

Una noche Émilie le dijo a Marco. Oye, Marco, me gustaría tener un bebé. Ya, y a mí un cuerpo de ensueño, cada cual tiene sus anhelos, chulita. Pero, tras el impás de la broma, llegó el momento de la trascendencia. Pero, por qué quieres traer una criatura a este mundo, preguntó él. Hay cosas que escapan a la razón, y no por eso dejan de ser razonables, Marco. Esa fue la respuesta que ella le dio.

La madre de Marco le preguntó por qué le interesaba tanto el cierre de los astilleros. Son un poco mis raíces, mamá. Tonterías, dijo la madre. Tu padre y yo vinimos a Bretaña porque aquí pagaban por poner clavos. Como tantos, hemos seguido las migraciones industriales como las gaviotas siguen al pescador, para aprovechar los desperdicios. Hoy en día, dijo la madre de Marco, se ha puesto de moda eso de tener raíces. Memeces. Raíces tienen los ficus.

De recuerdos tengo llena la cabeza, no los necesito en mis cajones. Prefiero los recuerdos que no se dejan meter en una caja. Le dijo la madre de Marco a su hijo el día que su hijo tuvo una niña con Emilie. Juntos hicieron a la persona que más quieren en el mundo. A eso se llama autogestión. Ha sido una adaptación para Más de Uno de 'Los combates cotidianos', de Manu Larcenet.