Historia del compositor
Lo siguiente que vamos a hacer es una pregunta: ¿Creen ustedes que la música podría llegar a ser una revelación mayor que cualquier otra forma de sabiduría? Qué opinan.
Dijo en una ocasión Albert Einstein que si no hubiera sido físico, probablemente se habría hecho músico. Es oportuno recordar que el genio -en un principio- no utilizó las matemáticas para llegar a su legendaria ecuación de la energía es igual a la masa multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. La primera compuerta de esa ecuación la abrió empleando la imaginación, y no las matemáticas. En su mente, Einstein se subía a lomos de rayos de luz para ver a dónde le llevaban. Tenía mente de músico. A menudo pensaba como si estuviera dentro de una partitura. Él mismo explicaba que sus sueños transcurrían en medio de alguna sinfonía. Más allá de la física, a Albert Einstein lo que más le interesaba era el violín.
Una de las composiciones más destacadas de la historia de la música, pensada para violín, es El trino del Diablo. Giuseppe Tartini se atrevió a contar en pleno siglo XVII que una noche el propio Satanás abrió sigilosamente la puerta de su habitación en el convento de San Francisco de Asís. Relató Tartini que en aquella penumbra Belcebú le enseñó una sonata prodigiosa que él trató de reproducir a la mañana siguiente quedándose muy lejos -decía Tartini- de lo que el maligno había demostrado con el violín. O Tartini que fue un visionario del mensaje publicitario o puede que como advierte el dicho: el diablo aguarda, callado y paciente, en cualquier esquina, esperando a que llegue su momento.
Una mujer llamada Jessica Hindman se había graduado en Estudios sobre Medio Oriente en la Universidad de Columbia con la esperanza de trabajar como periodista. Para cubrir los gastos de la matrícula universitaria y poder vivir en Nueva York, que es una de las ciudades más caras del mundo, la señorita Hindman tenía dos trabajos, y aún así -incluso- vendió sus óvulos a una clínica de fertilidad. Por el 2002 andaba buscando un tercer empleo cuando vio un anuncio: se necesitaba violinista para una banda profesional.
Le hicieron una entrevista y la cogieron sin que tuviera que interpretar ni media nota. Y la remuneración era el doble de lo que conseguía con sus dos empleos. Resultando todo sorprendente fue todavía más raro cuando el día del primer concierto le explicaron que no tenía que tocar el violín. Sólo tenía que hacer como si lo estuviera tocando.
Jessica Hindman trabajó durante cuatro años recorriendo Estados Unidos y algunos otros países tocando en playback música clásica. Perteneció a una banda que no interpretaba sus instrumentos. Interpretaban que interpretaban. Al acabar el recital, el jefe, un tipo al que Jessica llama el Compositor dirigía la venta de CD con los temas que acaban de escucharse por los altavoces en pistas previamente grabadas.
En descargo del compositor, Jessica cuenta que él llevaba música clásica a audiencias que de otra manera nunca hubieran tenido acceso a ese tipo de melodías. Ella considera que el Compositor aprovechó una brecha en el mercado. Las personas que iban a verles realmente querían escuchar música clásica, pero tal vez no podían costear las entradas... o quizá, se sentían intimidados por la formalidad de los conciertos tradicionales. Todo estaba basado en un gran embuste, pero dice Jessica que la gente que iba a aquellos conciertos se quedaba contena. En cambio, los músicos no. En demasiadas ocasiones se sentían fatal. Pero, era un trabajo bien pagado, cuando ganarse la vida como músico resulta mucho más que complicado.
Jessica Hindman llegó a hacerse adicta a la cocaína y a las anfetaminas. Primero aprendió a vivir en una mentira para después terminar viviendo en un infierno. Cuando se desenganchó escribió un libro titulado "Suena como el Titanic", donde explica con detalle todas las desventuras de la aventura de tocar en una banda que nunca existió. La banda de alquilen llamado El Compositor.