Historia del desencuentro entre Proust y Joyce
Fue en una madrugada del año 1922. Pronto habrán pasado cien años. Fue en el Hotel Majestic de París donde se celebró una ampulosa reunión en honor de Igor Stravinsky.
La fiesta se había organizado en honor de Stravinsky y de otros artistas después de que hubieran estrenado en el Teatro de la Ópera un divertimento musical. Aunque, en realidad, la verdadera aspiración de los organizaciones era propiciar un encuentro entre Marcel Proust y James Joyce, que en aquel momento eran las dos mayores celebridades de la literatura mundial.
Comenzando los felices años 20, París era como un refugio intelectual tras la diáspora de la Gran Guerra. El evento lo organizaba un matrimonio con dinero y con devoción por los influyentes que, por entonces, eran los artistas.
Y a aquella velada acudieron unos cuantos hombres fabulosos. Seguramente también mujeres inteligentísimas, pero la época las mantenía confinadas casi siempre a un segundo plano. Piensen en que en Francia, precisamente en aquel año de 1922, el parlamento tumbó una iniciativa sobre el sufragio femenino. De hecho, Francia fue uno de los países occidentales donde más tarde se reconoció el voto de las mujeres.
Pero volviendo a aquella noche en el Majestic, además de Proust, Joyce y Stravinsky, también acudió Pablo Picasso. Según se cuenta se quiso convencer a Picasso para que pintara un retrato al vuelo de Proust. Pero, el malagueño se negó. Algo no fluía en aquella velada. Por algún motivo, o por varios, podría decirse que fiesta hubo, la diversión escaseó.
Hubo lances poco amistosos. Marcel Proust intentó hablar con Igor Stravinsky, como para romper el hielo. Proust comenzó mencionando a Beethoven, pero Stravinsky respondió -con hosquedad- diciendo que él a Beethoven lo detestaba.
Proust perseveró, y le dijo: pero, maestro qué me dice de la Sonta Patética, con ese tono fúnebre casi heroico, con un segundo movimiento lleno de ternura, mientras el primero debe ser de los más complicados de ejecutar de todo el repertorio de Beethoven. Stravinsky miró a Proust de arriba a abajo, dijo sí con desdén y se fue a buscar una copa de champagne.
Proust había sido de los últimos en llegar. Apareció por el Majestic a eso de las dos de la mañana. Y para entonces, James Joyce ya estaba completamente borracho. Hay testimonios que sostienen incluso que Joyce ya estaba pedo antes de entrar por la puerta del Majestic. Ya saben, salvo que hayamos participado del proceso a todos nos cuesta tratar con alguien ebrio. El caso es que la melopea de Joyce predispuso más todavía al desencuentro.
Nuestra investigación de lo ocurrido aquella noche nos ha situado ante seis versiones distintas de los mismos hechos, descritos por varias personas que presenciaron lo ocurrido con sus correspondientes subjetividades. Proust explicó que la conversación con Joyce fue una reiteración infantil de la negación. Proust le preguntaba mientras Joyce sólo decía una palabra. Ante el atasco conversacional, la anfitriona le preguntó a él si había leído el Ulises de Joyce, viendo Proust en ese momento su oportunidad para soltar su propia negativa. No hubo entre ambos la conexión cósmica que esperaban los organizadores de la fiesta. Es muy posible que alguna discusión parlamentaria disponga de más modulación retórica que la conversación que mantuvieron aquella noche los dos genios que trazaron las veredas narrativas del siglo XX. Los dos maestros de la novela moderna no llegaron a las manos, pero llegaron al desprecio.