con javier cancho

Historia del eclipse a la normalidad y la soga sobre el cuello de Wallace

David Foster Wallace escribió un libro llamado 'La broma infinita'. Lo escribió unos años antes de que se pusiera una soga alrededor del cuello.

Javier Cancho

Madrid |

Estamos viviendo el que será uno de los periodos clave del siglo XXI, uno de los más trascendentes que vayan a suceder a lo largo de esta centuria. Es muy posible que entre lo más destacado de lo que será recordado es lo que estamos viviendo en estos días terribles. Lo que estamos viviendo empieza con muchos finales y termina con muchos principios. Entre lo que finaliza son algunas maneras de vivir y muchísimas maneras de trabajar, una larga lista de empleos que no volverán, que serán historia. Algunos ya tenían sus días contados y todo este trance precipitará muchos de esos finales. Estamos viviendo una catástrofe en sucesivas direcciones.

La más inmediata es la catástrofe emocional. Dolor y duelo, sin gloria ninguna…sin resquicio para el ensimismamiento que tanto nos ha definido. Pero, además, ya se sienten las otras direcciones telúricas de este cataclismo vírico. Crisis económica, crisis política; y muy posiblemente y por encima de todo, y con la perspectiva del tiempo se hablará de una crisis cultural. Hemos pasado de la visión de un cálculo sabiondo de la inteligencia artificial, hemos pasado -incluso- de ponerle fechas estimadas a la eternidad…se ha pasado de programar vacaciones en el otro hemisferio o no saber cuándo podremos doblar la vuelta de la esquina. La entidad biológica más diminuta ha demolido fundamentos que se pensaban inquebrantables. Unos cuantos países ricos han quedado retrataos con sus intensivistas en las UCIs protegidos con bolsas de basura como gran símbolo de la derrota, como señal de la clamorosa equivocación. Mucho de lo que pensábamos era erróneo. Mientras, se ha revelado como omnipresente la duda y la contradicción.

Hemos pasado de desconfiar de la vecindad, a las odas al vecindario. Hemos pasado de la necesidad de caminar a la desconfianza respecto del que camina en los tiempos del confinamiento. De repente es como si nada tuviera sentido, y al mismo tiempo es como si hubiéramos recobrado la sensibilidad.

Somos capaces de saber qué tiempo hará mañana. Hay toda una

ciencia de la prospección: meteorológica, estadística, económica,

sociológica. Pero, en estos días se ha abierto un abismo de incertidumbre sobre el futuro a corto y medio plazo…en estos días, como no sucedía desde hace muchos, se está preguntando a los filósofos y pensadores sobre estas fechas históricas. Se les está preguntando, en busca de respuestas. Respuestas sobre cuándo acabará el eclipse a la normalidad, sobre cuándo podremos recuperar nuestra cotidianidad. Lo que estamos viviendo es una

especie de odisea. Pero, es una odisea sin movimiento. En los poemas homéricos, Ítaca es la patria del protagonista, el lugar a donde anhela regresar. Las Ítacas podrían representar el proceso para recuperar lo que hemos perdido. Y precisamente, en un lugar llamado Ítaca nació David Foster Wallace. No en la isla del mar Jónico, sino en la ciudad que está justo en el centro del Estado de Nueva York. Sí, en Nueva York hay un lugar llamado Ítaca. Y fue allí donde se crió el autor de ‘La Broma Infinita’. Lo último que escribió fue una carta a su esposa. Le escribió una carta, cruzó la

casa hasta el patio trasero, se subió a una silla, se puso una soga al cuello y se ahorcó.

Se dice de Foster Wallace que en cuanto se le trataba un ratito, enseguida, ya se le empezaba a querer, aparecía el afecto. Esa era una de las magias de David Foster Wallace, considerado como el mejor cronista de la tristeza.

La tristeza es algo visible e intangible, en ocasiones está ahí, se aprecia en las muecas y en las miradas. Pero, otras veces es una realidad más etérea, que estos días ante tanta desgracia -cada uno como puedeanda destilando sin caminar. ‘La broma infinita’ es una novela oscura casi tanto como el abismo al que nos estamos asomando. Pero entre la magia que sabía obrar Foster Wallace estaban sus renglones luminiscentes para seguir la vereda del pensamiento con la que se puede acceder dentro de ser humano para tratar de comprenderlo. Para tratar de comprender cómo

podremos empezar a reponernos de tanto sufrimiento.