CON JAVIER CANCHO

Historia de Fernando VII y Goya, una conjura y un cuadro

La disputas familiares entre el rey y su hijo pusieron en bandeja la corona española a Napoleón. Fue hace 200 años, en un cambio de era.

Javier Cancho

Madrid |

Una nota anónima llevó al monarca al cuarto de su hijo, donde el rey en persona habría encontrado papeles comprometedores. Días después, en noviembre de hace 212 años, Carlos IV perdonaba a su hijo haciendo publicar unas humillantes cartas en las que Fernando reconocía su culpa.

Lo que vino después fue la conjura de El Escorial. Fernando conspiraba contra sus padres, contra los reyes de España. Intentó casarse con una joven de la familia Bonaparte, en una maniobra que hizo ver a Napoleón hasta qué punto era inestable la corona española. La conjura de El Escorial devino en golpe de Estado, aquel fue un motín cortesano urdido por los fernandinos y apoyado por la Guardia de Corps. La Guardia de Corps era el regimiento que se ocupaba de la custodia de la familia real. El motín propició la abdicación de Carlos IV. Aunque probablemente, la decisión la tomase en el momento en el que su palacio fue rodeado por una multitud. Seguramente, Carlos IV debió de acordarse de su primo Luis XVI, el rey francés a quien le arrebataron la corona justo antes de que le cortasen la cabeza.

Los franceses se negaron a reconocer a Fernando como nuevo rey. Y con la excusa de mediar entre las disputas de padre e hijo, Napoleón citó a ambos en Bayona, consiguiendo que Fernando le devolviese el trono a Carlos y que éste lo pusiese a disposición del emperador Bonaparte. Carlos IV, el rey derrocado, terminó exiliado en Francia. Al principio con casi doscientos sirvientes, después, tras el abandono paulatino de Napoleón, Carlos IV fue el rey de España que terminó viviendo en una casa de huéspedes, en el exilio. Doscientos años después, su personalidad política sigue siendo un enigma al quedar solapada por aquellos años intensos en los que el mundo cambió de era.

Mientras, Fernando VII quiso seguir siendo un rey del antiguo régimen y lo primero que hizo fue abolir la Constitución de 1812, la Pepa. También quiso que Goya le retratase. Goya era amigo de los ilustrados, simpatizaba con aquellos a los que el nuevo rey perseguía hasta la muerte. La situación fue tensa. El rey iba a ser retratado por un genio que le detestaba.

El cuadro se terminó en un mes de noviembre de hace 205 años. Goya ya tenía 68, y era mucho más que un creador consagrado, y aún así se le impusieron premisas propagandísticas: el retrato debía ser de frente, de cuerpo entero; con Fernando VII vestido de Coronel con las insignias reales. Debía tener la mano apoyada sobre el pedestal de una estatua de España coronada en laurel y al pie un león con las cadenas rotas entre sus garras. Esas eran casi todas las condiciones.

Aunque, había otra exigencia a la que se le advirtió mayor importancia: Goya debía esmerarse pintando el rostro del rey, ciñéndose a sus rasgos reales sin incorporaciones artísticas. Y Goya cumplió con casi todo lo convenido, con cuasi todo: sí con los adornos regios y el rostro serio, pensativo, pero con esa mirada esquiva y aviesa que tenía Fernando VII.

Y, además, en ese lienzo, Goya dejó otros mensajes: la estatua de España fue pintada con una sonrisa burlona mirando al Rey. El león que figura a los pies de Fernando VII parece más bien un peluche que malamente podía romper ni medio eslabón de alguna cadena. En la pintura no se aprecia ningún atisbo del poder simbólico que se buscaba con el encargo. Goya retó al rey deseado que resultó indeseable: le retrató con el talento de un genio y la valentía de un hombre digno.