Historia de cuando había fútbol
Hay quien compara el gol con el orgasmo. Otros lo aproximan a las sensaciones que da la poesía. También hay muchos a los que no les causa ni indiferencia.
Cuando éramos niños en mi barrio había más chinas que coches. Cuando digo chinas me estoy refiriendo a esas piedras pequeñas y redondeadas. Cuando éramos niños pasábamos buena parte del día -que podíamos pasar en la calle-…lo pasábamos jugando al fútbol. Solíamos ir a jugar a un solar con más piedras que chinas que se llamaba la Huerta del Hachero. Por entonces, no entendía la motivación de aquel nombre. Allí no parecía que hubiera existido jamás una huerta. Aquel lugar era un paraje más reseco que un secarral. Y si acaso -en ocasiones- lo que podían verse eran las jeringuillas que dejaban los yonquis al otro lado de la imaginaria línea de banda. Pero, nunca vimos ningún hacha. Lo más parecido que hacíamos a un calentamiento era cuando camino de la Huerta del Hachero, íbamos pateando las chinas que encontrábamos a nuestro paso tratando de meterlas en las alcantarillas. ¿Has visto cómo ha sonado? preguntábamos. Porque por entonces hasta éramos capaces de ver el sonido. Por entonces, todo giraba en torno al fútbol. No había mucho más que se pudiera hacer. Jugábamos sin motivo sin noción del tiempo sin árbitro ni red.
Aprendimos a jugar antes de aprender a hablar, aprendimos ganar sin sentirnos Dios y aprendimos a perder sin sentirnos fracasados. Como dijo Galeano, aprendimos sabidurías difíciles. Sobre el fútbol y sus enseñanzas callejeras, dijo el Nobel Albert Camus que después de muchos años en los que el mundo le había mostrado todo tipo de situaciones, lo que finalmente él sabía con mayor certeza respecto a la moral y al compromiso se lo debía al fútbol. A los años en los que lo jugó. Decía Albert Camus que pronto aprendió que una pelota no siempre llega por donde se la aguarda.
Y eso le sirvió de lección sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no es lo sincera que uno pudiera imaginarse. En un pueblecito de Argelia, Albert Camus empezó jugando de delantero, pero cambió su posición por la de portero porque de ese modo las botas le duraban mucho más. Cuando en su familia podía decirse que lo más duradero que había era la pobreza.
Fue uno de los libros del confinamiento: ‘La Peste’ de Albert Camus. En La Peste, a lo que estamos asistiendo es al movimiento de un equipo que juega un partido sin campo, ante un rival invisible y sin opción a más resultado que los triunfos parciales o la derrota definitiva. El fútbol puede leerse en "La Peste” a través de uno de sus personajes el contrabandista González, miembro de la colonia de origen español que hasta los años 40 vivió en Argelia. González le explica al periodista que no hay mejor puesto en un equipo que el de medio centro. El medio centro es el que distribuye el juego, y ahí es donde está la esencia del fútbol, en el juego de equipo. En aquel libro de Albert Camus quedó trazado -en un sentido poético- quedó escrito el camino de lo que sería el fútbol de la selección española que ganó el mundial de hace diez años.
Cuando hace ya más de diez semanas comenzó el confinamiento se evaporaron las conversaciones sobre fútbol. No había pasado nunca desde que el fútbol empezó a serlo. Y hasta Messi tuvo que someterse a un Expediente de Regulación Temporal de Empleo. Pero el fútbol ha regresado. Aunque, en la mente de algunos nunca de terminara de irse. Porque algunos seguimos jugando dormidos.