Historia del grumete Martín de Ayamonte
Hay que sumergirse en las fuentes más antiguas para tratar de acercarse a los hechos fidedignos de un tiempo del que ya han pasado 500 años. Y en esa búsqueda es relevante un testimonio: la historia de alguien que zarpó de Sevilla para participar en aquella aventura en la que se buscaba un paso de mar hacia el oeste.
Cómo fueron aquellos hombres que lograron dar la primera vuelta al mundo. Qué idea podemos hacernos hoy de la fortaleza descomunal que se demostraron a sí mismos, revelándosela al mundo con la culminación del viaje más largo. Martín de Ayamonte zarpó como grumete en la nao Victoria del capitán Juan Sebastián Elcano.
En la noche del 5 de febrero del año 1522, el joven Martín de Ayamonte y el soldado Bartolomé Saldaña abandonaron sigilosamente la nao Victoria. Descendieron por una escala cuando la nave estaba fondeada en la isla de Timor. La isla de Timor queda al sur de la parte insular del sudeste asiático. Por debajo de esa isla queda está Australia. Y en aquellas aguas lejanas se mojaron furtivos en una oscuridad sin luna el grumete y el soldado.
Desertaron porque tenían miedo. Miedo a morir rumbo hacia el oeste. Martín de Ayamonte y el soldado Saldaña se ocultaron en la selva esperando la oportunidad de regresar a las islas Molucas, para -desde allí- emprender el retorno a España regresando por el este.
Pero el grumete y el soldado fueron apresados por los portugueses y trasladados a una fortaleza en Malasia. Allí, el marinero fue interrogado el primer día de junio del año 1522. Y el manuscrito de ese interrogatorio hecho en el siglo XVI fue descubierto en Lisboa hace sólo 87 años. Aunque, su existencia pasó desapercibida para los historiadores españoles hasta que Tomás Mazón encontró ese documento en el Archivo Nacional de Portugal. Y ese documento resulta esencial para adentrarse en las fuentes directas, para comprender cómo aquellos hombres lograron trazar los límites reales de nuestro planeta poniendo al límite su propia existencia casi cada día durante años. El grumete Martín de Ayamonte temía volver a España por la ruta del oeste que había previsto Elcano.
No es que no hubiera ninguna comodidad a bordo, que no la había; lo más importante era que se carecía de la seguridad de llegar vivo al día siguiente. Aunque eran hombres con un conocimiento extraordinario del mar, navegaban por lo desconocido. El grumete Martín de Ayamonte ni tenía el sentido del deber ni el del honor de Juan Sebastián Elcano. Lo que tenía era un profundo sentido de la supervivencia con el que resistió durante más 15 meses.
El grumete Martín de Ayamonte estuvo en Cebú, en Filipinas en aquellos días infaustos. Sobrevivió a todo lo que allí sucedió cuando a Magallanes le atravesaron la frente con una lanza. El grumete no sucumbió a las trampas con estacas que había escondidas en el suelo. No murió en la gran emboscada de sangre que preparó el rey de Cebú y en la que rajaron el cuello a 26 españoles en menos de un minuto y por la espalda. Después de tanto, el grumete no quiso seguir la ruta por la segunda mitad del mundo, por la singladura del Índico hacia el oeste. No quiso enfrentarse a un océano desconocido. No quiso viajar alejado de la costa, sin escalas, comiendo arroz hervido con agua. Percibía que era un suicidio. Y por eso desertó. Aunque respetaba a Elcano, no creía que fuera posible lo que finalmente se logró.