Una historia de cuando un cuchillo se acercó al ojo de Monet
Se va acercando la primavera y la primavera en Giverny es especialmente generosa. Quizá, para alguno de ustedes, este capítulo llegue a ser un estímulo para ir a Giverny esta primavera, para contemplar allí el paraíso de las flores y el estanque de los nenúfares donde Monet pintó un tríptico.
Monet fe un rebelde, desde niño le costó aceptar que tuviera que hacer las cosas como le decían que las cosas se hacían. Siendo ya un hombre resolvió que era mejor pintar de otra manera y fue el primero en hacerlo. Por eso, Monet es la figura esencial de impresionismo.
El impresionismo como catalizador primigenio del arte moderno. Aquello sucedió cuando unos pocos rechazaron las rígidas reglas de las bellas artes y empezaron a mirar el mundo de otro modo. Y salieron de los estudios de pintura, tratando de alcanzar una mayor conciencia de la luz y el color. Pero, al principio, su cambio de paradigma no fue bien recibido.
Monet le contó a un amigo por carta el dolor que le causaba la indiferencia del público. Monet le decía a su amigo que cuando en 1874 la prensa les vilipendiaba, entonces, podían consolarse pensando que estaban haciendo algo distinto. Pero, la indiferencia, al final, y siempre resulta mucho peor que la peor de las críticas.
Monet escribía cartas. En 1878, mientras cuidaba a su esposa, Camille, que estaba enferma, Monet escribía aterrorizado con la idea de que ella pudiera morir. Meses más tarde, cuando ella se había muerto, en otra carta, le contaba a su amigo Pissarro que no sabía cómo organizar su vida con sus dos hijos. Fue en aquella etapa en la que tuvo serios problemas económicos que le alejaron de los lienzos porque no tenía dinero para comprar colores. Porque decidió seguir pintando como él consideraba a hacerlo como parecía que debía hacerlo para satisfacer los gustos de la época.
Hablando de dinero: 97 millones en puja, más de 110 millones de dólares con impuestos se pagaron hace unos meses en la casa Sotheby’s de Nueva York por un cuadro de Monet. Monet, sin pensar en el dinero, buscaba perspectivas cruciales, en una composición dinámica, en ocasiones con robustas líneas diagonales que convergen en el centro del cuadro, consiguiendo un profundo sentido de la armonía que hace que nos sintamos bien mirando sus obras.
Imaginen que les acercan un cuchillete quirúrgico de los que usaban a comienzos del siglo XX los oftalmólogos. Había que mantener el ojo abierto y la calma inmóvil cuando la daga se cernía sobre el ojo para hacer una incisión en la córnea cuando esas incisiones no siempre salían bien. Monet sufrió de cataratas. Su época más abstracta coincide con los años en los que veía tras el filtro borroso y amarillento de su enfermedad. Al mirar sus cuadros no era capaz de juzgar si lo que acababa de pintar era, de hecho, lo que quería haber pintado.