Pronto se cumplirán 45 años de aquel día. Geoffrey Platt manipulaba muestras de laboratorio procedentes de pacientes africanos que habían sufrido una enfermedad hemorrágica mortal. En un descuido, Geoffrey se pinchó. Se quedó paralizado. Sabía que algo terrible acababa de ocurrir. Inmediatamente, su mente dio un salto en el tiempo.
Retrocedió casi 10 años, cuando fallecieron 7 personas de una rara enfermedad. Se aisló entonces el ARN de un virus desconocido. Y se comprobó que unos monos procedentes de Uganda fueron el origen del brote. Los casos ocurrieron mayoritariamente en Marburg, Alemania. El ARN de aquel virus era igual que el de la enfermedad que Geoffrey estaba investigando aquel día de 1976. Hace 45 años, se investigaba un mal terrible que se propagó rápidamente. La mortalidad entre los contagiados en Zaire llegó al 89%. Por eso, se habían enviado muestras a laboratorios de alta seguridad. Lo que se estaba observando era morfológicamente semejante al Marburg. Pero no era el Marburg. Se trataba de un virus localizado cerca del río Ébola.
Aquel día de 1976 Geoffrey Platt trabajaba en Porton Down, Inglaterra, en un laboratorio de alta seguridad del ejército. Cuando se pinchó, manipulaba muestras de pacientes de Zaire y Sudán. Pensó en que quizá se había inoculado el ébola. Por eso, se decidió que pasara a una vigilancia estricta.
Transcurrieron cinco días sin novedades. Al sexto, Geoffrey sintió dolor abdominal y náuseas. Su temperatura comenzó a subir. Se obtuvieron muestras de sangre y se le aisló en un dispositivo de presión negativa donde nadie podía tocarle. No se podían asumir más riesgos. Llegados a ese punto, alguien planteó iniciar un tratamiento empírico, que es el que se emprende antes de disponer de información completa sobre el alcance de la infección. Se planteó usar interferón, una proteína que quizá podría modular la respuesta inflamatoria frente al virus. No había mucho más que hacer salvo esperar. Esperar, observar. Y pensar.
Al séptimo día, se confirmó la presencia en la sangre de ese virus, el Ébola. La temperatura alcanzaba los 39º. Geoffrey estaba empeorando. Se decidió dar un paso más. Geoffrey aceptó formar parte de un ensayo donde él era el único participante. Tomaron suero derivado de la sangre de un paciente de Zaire. Interpretaron que estaría repleto de anticuerpos. Pero, debían matar al virus antes de utilizarlo. Sabían que el virus podía permanecer activo en el suero durante meses. ¿Ante esa circunstancia, qué podían hacer? Trabajos previos habían demostrado que el virus Marburgse inactivaba a una temperatura de 60ºC, durante 60 minutos. Así que probaron a ver si ocurriría algo parecido con el Ébola.
Hicieron lo mismo con el suero para Geoffrey. Se estaban quedando sin tiempo. Le pusieron 450 ml de suero muy lentamente, durante cuatro horas de tratamiento. Al despertar se mostró aparentemente estable. Solo aparecieron unas manchas pequeñas y rojizas en la piel. También dolor de garganta. La novena fecha comenzó sin incidencias. Pero, todo cambió al mediodía. Su temperatura se elevó a 40ºC. Presentaba diarrea, vómitos. Alteración del nivel de conciencia. Las manchas rojas se extendieron. Y todo mientras seguía aislado en el interior de la cámara con presión negativa. Decidieron buscar más suero de otros enfermos.
Al décimo día, obtuvieron 330 ml de suero de un paciente de Sudán. Era menos volumen que la primera vez pero es que no sabían qué cantidad debían introducir. Estaban experimentando. Ignoraban si lo que hacían iba mejorar o empeorar la situación. Y probablemente les daba igual. Geoffrey se estaba muriendo.
Doce fechas después de la infección la temperatura descendió. Recuperó el nivel de conciencia. Desaparecieron las lesiones rojas de su piel. Las naúseas y la diarrea disminuyeron. En las analíticas los anticuerpos tomaron ventaja. El virus se desvaneció de la sangre. Aunque aún tardaría 10 semanas más en recuperarse del todo. Geoffrey Platt fue atendido por 24 enfermeras, de las que 6 cayeron enfermas con infecciones respiratorias. Fue atendido por 5 médicos, de los que 4 tuvieron cuadros gripales. Probablemente las mínimas manipulaciones del paciente evitaron más contagios. Fue una decisión intuitiva que anticipó medidas que hoy se siguen tomando.
Geoffrey Plat donó su propio suero para investigación y futuros tratamientos. Esta historia que contó el doctor García Salido es un homenaje a uno de esos instantes en los que laincertidumbre y lamedicina hacen un trato.