Julián de Zulueta era un adolescente cuando reparó en aquella fotografía de periódico que ya no olvidaría nunca. Se retrataba el momento en el que un miliciano abrazaba a una momia. En la foto se veía cómo la momia conservaba la barba. Era la mortaja profanada del emperador Carlos I de España y V de Alemania. Aquel instante turbador sucedió a finales de 1936.
Por entonces, Julián vivía fuera de España. Su padre era embajador de la República, en Berlín. Sólo unos meses después de que el joven Julián hubiera visto aquella foto en el periódico, sólo unos meses después y por la radio escuchó por primera vez la voz de Franco.
Pasada la Guerra Civil, la familia de Julián de Zulueta se exilió en Colombia. Julián estudió medicina en la Universidad de Bogotá, completando su formación en Cambridge y en la London School of Tropical Medicine.
Se especializó en enfermedades tropicales. Trabajó en la Organización Mundial de la Salud, como epidemiólogo. Dirigió varias campañas contra la malaria. En Borneo, sigue siendo un médico muy recordado por todo lo que hizo en la escabrosa isla gigante del archipiélago malayo. En Borneo se le conoce como el señor de los mosquitos.
En los 80, ya jubilado, Julián de Zulueta se instaló en España. Y aquí leyó la investigación de un colega estadounidense que afirmaba haber podido trabajar con tejidos momificados, rehidratándolos. Aquello le pareció un hallazgo de aplicaciones formidables.
Ese estudio conectó dos instantes de la vida de Julián. Recordó la fotografía de la momia de Carlos V. El que fuera coronado en Aquisgrán, se murió en Yuste; pero, sus restos se conservan en el Panteón Real del Monasterio de El Escorial. Julián de Zulueta quiso estudiar la momia del emperador para descubrir de qué había muerto. Pero, el permiso que solicitó fue rechazado por Juan Carlos I.
Al rey le correspondía la última palabra. Y fue negativa.
Meses después, paseando un día por el Museo del Prado, Julián se encontró con el que era entonces el máximo responsable de Patrimonio Nacional. Aquel tipo le contó que en el interior de una pequeña urna del monasterio de El Escorial se conservaba la última falange del meñique de Carlos V.
El dedo se seccionó durante la Revolución de la Gloriosa en el siglo XIX. La conservación de la minúscula porción del emperador permitía que la investigación planteada por Zulueta pudiera emprenderse.
Julián consiguió que se sumase el catedrático Pedro Alonso, quien durante años dirigiera el Programa Mundial contra la Malaria.
La reliquia, el meñique, viajó de Madrid a Barcelona minuciosamente protegida en un antiguo cofre de terciopelo rojo. Utilizándose técnicas paleontológicas se comprobó que Carlos I de España, V de Alemania y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico murió por la picadura de un insignificante mosquito.
500 años después pudo comprobarse científicamente. Fue gracias al empeño de Julián, aquel adolescente que leía periódicos y que un día en Berlín, habiendo salido de la embajada en bicicleta, se encontró con Hitler y un grupo de sus lugartenientes. Julián presenció el instante en el que Hitler explicaba cómo había sido la noche de los cuchillos largos.