La Academia de Medicina de Nueva York está en un edificio algo pintoresco. Es de estilo ecléctico, con toques del renacimiento bizantino. El lugar hace esquina con la Quinta Avenida. Allí, de espaldas a la academia, justo en frente hay una de las entradas a Central Park. Mirando la fachada, pueden leerse unas cuantas inscripciones en latín. Las hay de Hipócrates y de Cicerón.
Dentro, enseguida se percibe un ambiente recogido en un espacio considerable. Lo primero que se ve es un recibidor inmenso. Desde ahí, tomamos un pasillo larguísimo por el que se llega a la biblioteca.
La primera sala que visitamos está llena de libros de los siglos XVI y XVII. Recuerdo que lo primero en lo que pensé -ojeando algunos de aquellos antiguos ejemplares- es que resultaban bastante explícitos, con inquietantes representaciones anatómicas de seres humanos sin piel.
Más explícito todavía era lo que la bibliotecaria nos había preparado. La bibliotecaria que nos atendió se llama Arlene Shaner, es una mujer bajita con unos ojos vistosos, con un apreciable vigor expresivo por encima de la mascarilla. Arlene había dejado una pequeña caja sobre una de las mesas y nos pidió que la acompañáramos. Se notaba que aquella señora tenía bastante interés en mostrarnos el contenido de la caja.
En su interior había una mandíbula: era la prótesis de la mandíbula inferior que perteneció al presidente George Washington. El dentista había inscripto con orgullo en la encía: "Esta fue la dentadura del Gran George Washington”.
En aquel momento, pensé…qué jodido afán documental tienen los médicos. Les comparto el pensamiento tal y como me vino a la mente, sin filtros ni miramientos, tal y como suelen hacer los médicos cuando te comunican sus diagnósticos.
El asunto de la dentadura de Washington estaba a punto de ponerse todavía más rotundo. La dentadura, nos explicó Arlene, la bibliotecaria, con una pausada elocuencia…la dentadura tiene seis dientes reales, que seguramente en su momento fueron comprados a neoyorquinos pobres o tomados directamente de personas a las que Washington mantuvo en la esclavitud.
En 1756, cuando George Washington tenía 24 años un dentista le sacó su primer diente. Según su propio diario pagó 5 chelines a un tal Doctor Watson. Pasada la treintena, Washington ya había perdido media docena de piezas dentales. Probablemente porque para tratar la viruela le dieron cloruro de mercurio.
Indagando en el pasado, en el tacto del tiempo perdido, lo curioso en este caso es observar un billete de dólar. Si nos fijamos en la representación del careto de Washington, su boca se percibe ligera pero claramente abultada.
La explicación es la dentadura postiza hecha a base dientes de pobres y esclavos. Busquen un billete de dólar, al otro lado intuirán la dentadura.