Francisca vio morir una democracia cuando ella era una niña. Aquel 11 de septiembre, de hace 50 años, ella escribió en su diario lo que voy a leer a continuación: "Son las 11:45 de la mañana. El ejército, la marina y la aviación han decidido echar a Allende y a sus ministros. Allende está en La Moneda y el ejército, la marina y la aviación le dijeron a Allende que se rindiera porque, si no se rendía, iban a atacar por tierra y por aire. Resultado: Allende no se rindió y bombardearon La Moneda".
Francisca estuvo escuchando la radio toda la mañana. Ella trataba de entender los ecos de algo que ni sus padres habían vivido, trataba de comprender lo que sería un trauma histórico.
Los relatos cotidianos, inocentes, sobre las vivencias escolares y familiares que escribía en las páginas de su diario fueron reemplazadas por una detallada narración de lo que estaba pasando en aquel periodo de su vida en el que una época se estaba acabando… violentamente. En esas líneas están los ojos de una niña mirando un golpe de Estado.
Los padres de Francisca eran arquitectos, ella iba a un colegio privado. Era una familia de clase media con ingresos. Por eso, su relato es especial, porque no está enfocado en las víctimas directas, como pasa con muchos archivos de memoria.
Lo que se cuenta es una experiencia neutral de una niña que no tiene unos padres militantes. Francisca describe como espantoso el suicidio de Allende, al que ella considera un buen hombre. El diario muestra algo intuible, sí; y tantas veces despreciado, también: el manuscrito muestra cómo la infancia integra lo que ve, lo que escucha, lo que percibe, trazando su propio juicio ético. El diario de Francisca es una ventana emocional desde la que asomarse al Chile de 1973.
