En un lugar remoto, en el sudeste asiático, hay un paraje conocido como la Gruta del Lino. Por debajo del promontorio por donde se accede a la cueva, allí, se reúnen -cada tarde- decenas de personas. Acuden hasta ese paraje para contemplar a medio millón de murciélagos saliendo de la gruta como una nube oscura en la hora del crepúsculo. Son miles y miles de murciélagos saliendo juntos de la oscuridad, cuando el último rayo de sol está a punto de extinguirse.
Lo que estamos escuchando es el sonido de los murciélagos saliendo de la cueva. A ese lugar, también acuden los cazadores de virus. Van provistos de trajes blancos, con escafandras, guantes y botas especiales. A la entrada de la cueva, antes de que los murciélagos salgan, colocan minuciosamente varias redes sostenidas en cañas de bambú.
En pocos segundos, numerosos murciélagos son capturados, los cazadores de virus los sedan. Después, verifican a qué especie pertenecen. Tengan en cuenta que los murciélagos son tantos que forman el 20% de los mamíferos de todo el planeta Tierra. Con hisopos, se les toman muestras de la boca, el ano, las orejas y la orina. Les sacan sangre y les dan un poco de alimento para que se relajen por la tensión de la captura. Culminado el proceso, los sueltan, con cuidado, liberándolos en la oscuridad de la noche.
Se calcula que hay un millón y medio de virus que todavía no conocemos. Y de ellos, casi la mitad tendría la capacidad de infectar y causar enfermedades en humanos y provocar incluso potenciales pandemias. Por eso hay cazadores de virus. Son científicos que tratan con esmerado cuidado a los murciélagos. No siempre fue así. Ni siquiera con humanos. El experimento Tuskegee sobre sífilis lo planificó el Servicio de Salud de los Estados Unidos. Duró 4 décadas seguidas. Se le puso fin hace justo ahora 50 años. Se hizo en el único hospital para afroamericanos que había al comienzo de los años 30. Fue en Macon County, Alabama. Fue una investigación financiada con fondos federales. Fueron seleccionados 200 varones de raza negra infectados con Sífilis, para observar la evolución de la enfermedad. No se les informó de lo que les pasaba, sólo se les dijo que tenían mala sangre. Y no se les aplicó ningún tratamiento, ni siquiera cuando la penicilina tuvo un uso extensivo desde 1942. Fueron cobayas humanas, durante 40 años. En 1997 el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton pidió perdón.
Clinton recordó que todos eran pobres, negros, sin alternativas y todos, explicó el presidente, creyeron estar recibiendo atención médica gratuita. Cuando era justo al contrario.