CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: El extraño caso de la señora Maximiliana

Javier Cancho cuenta una historia en la que se entremezcla la literatura y la medicina.

Javier Cancho

Madrid |

La primera vez que la doctora Sosa escuchó la historia de Maximiliana fue en un curso de terapia intensiva, en Buenos Aires. El caso de aquella mujer fue lo más importante de todo lo que aprendió en sus años como estudiante de medicina.

Doña Maximiliana, muy cansada por los trajines de una larga vida sin domingos, llevaba ya unas cuantas fechas ingresada en el hospital, y cada día pedía lo mismo:

-Por favor, doctor, ¿podría tomarme el pulso?

Una suave presión de los dedos en la muñeca, y el doctor decía:

-Muy bien. Setenta y ocho. Perfecto.

-Sí, doctor, gracias -decía la señora- ahora por favor, ¿me podría tomar el pulso?

Y el doctor volvía a tomarlo, y volvía a explicarle que estaba todo bien, que no había de qué preocuparse. Día tras día, se repetía la situación. Cada vez que él pasaba por la cama de doña Maximiliana, ella lo llamaba, y le ofrecía ese brazo, esa ramita de carne, tan seca, tan poco lustrosa, tan desgastada. El médico no ponía excusas a la señora, porque un buen médico debe ser paciente con sus pacientes. No se quejaba por fuera, aunque por dentro objetaba algunos desahogos: ¡que señora más pesada, le falta un tornillo!

A la señora no la echó de menos hasta unos meses después de que hubiera muerto. Y más tiempo aún le llevó darse cuenta de lo que ella, en realidad, estaba pidiendo. Estaba pidiendo que alguien la tocara para sacarla aunque fuera un minuto de su absoluta soledad.

Eduardo Galeano escribió sobre los enfermos de soledad. Julio Cortázar escribió sobre los esfuerzos de una familia por evitar a la madre, anciana y enferma, el dolor irreversible que le causaría la noticia de la muerte de Alejandro, su hijo pequeño.

La ficción compasiva obliga a la familia a comportamientos teatrales. El tío Roque, a quien como casi siempre le tocaba pensar, el tío Roque inventó el repentino viaje de Alejandro a Brasil, contratado por una empresa de construcción. Un abogado amigo de la familia envía desde Recife sobres timbrados que se van llenando con las imaginarías cartas de Alejandro.

La familia inventa un conflicto diplomático entre Argentina y Brasil, que impede a Alejandro regresar a Buenos Aires para visitar a su madre enferma. Pero la madre nota algo en las cartas. No reconoce a su hijo en las expresiones. La familia aísla a Mamá para evitar que los diarios o la radio le desvelen los embustes que se le cuentan sobre la tensión con Brasilia. La actitud crítica asumida por la madre transforma la dirección del código oculto de quién calla la verdad. La madre reconoce la muerte del hijo sin decirlo. Evita mencionar al hijo ausente o si lo hace habla de él en pasado.