El cielo estaba despejado. En el puerto de Estocolmo había una temperatura agradable con una brisa suave. El Vasa se deslizaba lentamente con cuatro velas despegadas. Como saludo a la multitud que asistía a la botadura se disparaban salvas al viento.
El Vasa era un barco que asombrara por su tamaño, pero también por sus llamativos colores y adornos, y por sus cañones de bronce. Se dice que se consiguió un acabado con una de las más bellas popas de todos los tiempos. El gran barco presentaba un aspecto imponente mientras se alejaba en dirección a los montes meridionales de Södermalm.
De súbito una simple ráfaga de viento hizo que el Vasa se tambaleara. Se balanceó de una forma extraña. La nave logró enderezarse, pero un nuevo golpe de aire aumentó la oscilación. Algo no iba bien. En unos minutos, la inclinación acabó siendo tan drástica que el agua empezó a entrar por las troneras abiertas de los cañones.
Solo un kilómetro del puerto, la nueva adquisición de la corona sueca se hundía precipitadamente ante el estupor, el desconcierto, del público. Para su construcción se compraron miles de robles, escogiéndose los arboles del tamaño adecuado para cortarlos según la forma necesaria. Para los mástiles se utilizaron pinos del occidente de Suecia. La madera para el casco y las cubiertas se adquirió en el extranjero, en lugares como Riga o Ámsterdam. El hierro para la fabricación de las anclas y los pernos se trasladaba a Estocolmo como lingotes, para forjarlos en el propio astillero.
Docenas de artesanos especializados confeccionaban los cabos y las sogas, y construían los esquifes y los botes. Había unas 300 personas trabajando seis días a la semana, desde la salida y hasta la puesta de sol. Y el maestro Henrik Hybertsson seguía atentamente cada una de las etapas. Lo hacía sin usar ningún tipo de plano.
En el siglo XVII no se hacían cálculos teóricos para determinar la estabilidad de las embarcaciones. Se usaban medidas y proporciones básicas para la quilla, sobre la que se iban añadiendo cuadernas para levantar progresivamente el barco. La pericia se basaba en la intuición, en la habilidad del maestro naval. En el caso del Vasa, se introdujeron demasiados cambios de diseño durante la construcción. Las dimensiones y los detalles se discutieron con el rey, atendiéndose sus peticiones.
Es probable que el navío originalmente se ideara con un tamaño menor. Al final, terminó siendo un barco más grande de lo pensado, y más pesado de lo aconsejable. Hubo un proceso. Ante el tribunal, se explicó que el Vasa fue construido de acuerdo con las medidas que el mismo rey Gustavo Adolfo II había aprobado. La simple mención del soberano resultó disuasoria para la justicia. Los instructores sellaron el caso, dejando en libertad a los detenidos, sin que nadie fuese condenado nunca.
Todos los suecos de cierta edad recuerdan dónde se encontraban o qué estaban haciendo la mañana en la que el Vasa reapareció. Este sonido corresponde a aquel momento. El reloj marcaba las 9 horas y 3 minutos del 24 de abril de 1961. Hubo expectación en su botadura y naufragio, y la hubo en su reaparición desde las profundidades de las turbias aguas del canal. Habían pasado 333 años desde el hundimiento.
El Vasa, el barco pensado para navegar, recobró utilidad dentro de un museo. El Vasa pesa actualmente algo más de 900 toneladas, el equivalente a más de 5 aviones Boing-747.