CON JAVIER CANCHO

#HistoriaD: El maratoniano Dorando Pietri

De un modo u otro, Arthur Conan Doyle hizo de todo. También acabó interviniendo en una carrera de los juegos olímpicos de 1908.

Javier Cancho

Madrid | 16.07.2024 12:38

Los juegos olímpicos de 1908 debieron haberse celebrado en Italia. Iba a ser así , hasta que empezaron a volar cenizas por el cielo. Había estallado el Vesubio. En el momento en el que eclosionó el Vesubio, Dorando Pietri estaba amasando galletas en Capri, frente a la península sorrentina. Pietri era pastelero. Aunque lo que de verdad le gustaba era correr.

Para Dorando Pietri el mundo seguía girando como siempre, sin embargo, en vez de correr en Roma…tendría que hacerlo en Londres.

La maratón era la prueba definitiva de los juegos del octavo año del siglo XX. La carrera partía del castillo de Windsor. La meta estaba en el estadio White City, un lugar con capacidad para 80.000 espectadores, construido hace casi 120 años.

Dorando Pietri llevaba el dorsal número 19. Lucía camiseta blanca, medias rojas y un pantalón corto de color azul.

El sudafricano Charles Hefferon dominó aquella maratón durante los primeros 40 kilómetros, pero sucedió que a 1.500 metros para la meta el sudafricano -confiado- se distrajo con unos espectadores, que le ofrecieron una copa de champagne a cuenta de un triunfo que todavía no había conseguido. Mientras empinaba el codo de la vanidad, por allí pasó a buen ritmo el dorsal 19, Dorando Pietri. Pietri fue el primero en cruzar el arco de entrada al estadio. La victoria parecía suya. La había merecido en un asombroso afán de perseverancia. Había mucha emoción en las gradas.

A Pietri sólo le quedaban 300 metros para la meta. Pero, se tambaleó al enfrentar el rugido del aplauso en el último esfuerzo. Pietri daba muestras de extrema flaqueza, no ya para avanzar sino para sostener el equilibrio.

Pietri se arrodilló. ¿Era posible que justo en el último momento se le fuera a escapar la victoria? E todo el graderío se percibía la tensión, vigilando de reojo que ningún otro atleta apareciera en el campo de visión antes de que Pietri se levantara. Muy posiblemente nadie entre la multitud deseara otro desenlace. Pietri está de nuevo en pie. Sus pequeñas piernas rojas avanzan incoherentes pero lo hacen sin cesar, impulsadas por una fuerza de voluntad suprema.

Arthur Connan Doyle estaba cubriendo aquella carrera a pie de pista para el Daily Mail. Pudo ver de muy cerca la cara demacrada y amarillenta del atleta italiano, sus ojos vidriosos e inexpresivos, el pelo oscuro y lacio pegado a la frente. Sir Arthur Conan Doyle ayudó a Dorando a Pietri a dar los últimos pasos que le faltaban hasta la meta. Detrás de él a pocos segundos entraron el estadounidense John Hayes y el sudafricano que brindó con Champagne antes de tiempo.

Finalmente, un día después, Pietri fue descalificado. Los jueces consideraron que precisó de ayuda para alcanzar la meta. En el deporte, en ocasiones, correr hasta la extenuación no es suficiente.