Hace menos de 200 años, en algunos de los distritos más populosos de Edimburgo, en cada casa habitada, en la que hoy viviría una familia, podía haber entonces un promedio de 25 personas. Y más de una tercera parte de esos hogares apretados eran habitaciones únicas, con espacio para algún camastro y poco más.
Muchas de aquellas casas se amontonaban alrededor de patios estrechos y cerrados. Las barridas pobres del casco antiguo de la capital de Escocia carecían de agua potable y retretes. Había miseria y suciedad hedionda. Todo ese ambiente sórdido era lo que quedaba detrás de una fachada en la que se le anunciaba al mundo que allí estaba la capital mundial de la cirugía.
En aquel tiempo, y en aquella ciudad, ocurrieron algunos hechos siniestros. Hubo asesinos en serie y cirujanos sin escrúpulos. Dos tipos con el mismo nombre, los William, Burke y Hare, merodeaban por las calles de Edimburgo en busca de víctimas. Mataron a decenas de personas.
Mataban estrangulando. Después, vendían los cuerpos a un tipo llamado Robert Knox. Knox era un cirujano que tenía una escuela privada de anatomía.
Las atrocidades de Burke y Hare eran una lucrativa forma de ganarse la vida. Hace 200 años, en Gran Bretaña existió el comercio de los cadáveres relucientes. Eran muertos a los que se les acaba de arrebatar la vida.
Por entonces, los únicos cuerpos que legalmente podían emplearse para la disección eran los de los asesinos que habían sido ahorcados, cuando empezaban a proliferar las facultades de medicina. De modo que no había cadáveres suficientes. En teoría, sólo en teoría, era posible meter el bisturí a los fiambres provenientes de la soga.
Fue así como acabó dándose la paradoja de que uno de los William terminara como sus víctimas.William Burke fue detenido, condenado y ejecutado.
Sí…en un irónico giro del destino, el cuerpo de Burke fue diseccionado en público. Y después, como todo se aprovechaba, fue desollado de un modo meticuloso y su piel utilizada para confeccionar artesanalmente baratijas mortuorias que tenían su público. Aunque, había más dinero en el mercado de los ladrones de cuerpos. A aquellos tipos eran conocidos como los resurreccionistas.
El invierno era tiempo de negocio. Las gélidas temperaturas del invierno escocés frenaban el proceso de descomposición. Y empezó a proliferar la sustracción de cadáveres recién sepultados.
Aprovechando la oscuridad de la noche después de que los difuntos hubieran sido enterrados. Fue así como surgieron los clubes de cementerio donde había vigilantes, custodiando la madrugada para evitar que actuasen los ladrones de cuerpos que extraían de las tumbas a los muertos relucientes.