Hubo varios nombres porque era una enfermedad que aparecía en distintas zonas sin que al principio se estableciera un vínculo entre los brotes, y sin que se supiera cuál era el origen. La primera descripción de la enfermedad la hizo el doctor español Gaspar Casal en el siglo XVIII. Hubieron de pasar 200 años para identificar la causa.
Hoy la nutrición es casi una obsesión. Sin embargo, a la medicina le costó establecer una conexión entre la alimentación y la salud. Los primeros en hacerlo fueron médicos que experimentaron con ellos mismos, poniendo en riesgo sus propias vidas.
El doctor Joseph Goldberger fue enviado en 1914 a investigar una epidemia al sur de la América profunda. Primero aparecía una especie de quemadura solar en el dorso de las manos. Después, una erupción en la cara con forma de mariposa.
Luego, venía la depresión, la confusión, la demencia. Y en el 40 por ciento de los casos, la muerte. La misión a la que fue enviado Goldberger se resolvió cuando ya se habían registrado miles de fallecidos con los mismos síntomas. En el sur de Estados Unidos, los enfermos eran tratados como leprosos. Había miedo, y por consiguiente había rechazo.
Rastreando la enfermedad, Goldberger recorrió prisiones y orfanatos. Y en esas visitas, hubo algo que le llamó la atención. La pelagra afectaba a los reclusos, pero casi nunca al personal carcelario. Pensó que no podía haber contagio, estaba convencido de que era otra cosa. Sin embargo, sus conclusiones fueron cuestionadas. Sus colegas no creían que se tratase de una carencia alimenticia, estaban convencidos de que el origen era un germen.
Para demostrar que se equivocaban, recogió moco de la nariz de uno de los pacientes y se lo metió en su propia fosa nasal. Luego, de otro enfermo, de uno que iba hasta arriba de pelagra, recolectó orina, costras de la piel e incluso heces. Y con esos ingredientes, sin dejarse ninguno, con harina de trigo hizo una píldora y se la tragó. Y consiguió algunos voluntarios, incluida su esposa, para participar en lo que Goldberger llamó la fiesta de la inmundicia. Ninguno de los que participaron en el repugnante experimento enfermó. Ninguno. Sí que hubo alguna arcada.
En 1937 el bioquímico norteamericano Conrad Arnold descubrió que la niacina, la vitamina B3 curaba el mal. Fue así como la pelagra pasó a ser historia.