John Reed describió la primera vez que estuvo a punto de morir, recién llegado a México. Fue en la pensión en la que se hospedaba. Un hombre alto, con sombrero de paja y largos bigotes, comenzó a seguirle desde la cantina hasta la habitación, paso por paso. El tipo caminaba tambaleante. Estaba borracho, probablemente iba hasta las cejas de aguardiente. Justo en el instante en el que John entraba en su habitación sintió algo muy frío en la nuca, se dio cuenta al instante de que era el cañón de una pistola. El mexicano lo dijo despacito: vengo matarte por gringo. Pero, cuando estaba a punto de apretar el gatillo algo que había en la mesilla le llamó la atención.
¿Qué es eso?, preguntó.
Mi reloj de pulsera, respondió el periodista. Rápidamente le mostró cómo ponérselo. De un modo inconsciente el mexicano fue bajando poco a poco la pistola.
¡Qué bonito está! ¡Qué precioso!
Es de usted, le dijo John Reed.
Un reloj de pulsera le salvó la vida en el último segundo.
Para John Reed, la Revolución Mexicana fue una sucesión de aventuras, fue lo nunca visto, la oportunidad de descubrir que no le tenía miedo a las balas. Sus crónicas rebosan movimiento, eran relatos sobre hombres salvajes, con pasajes donde la crueldad rezumaba, con situaciones donde la amistad se fortalecía, eran hechos ocurridos entre colores de lejanos horizontes, con fragmentos de canciones, con sueños sociales y políticos, con el peligro, el humor, y la osadía temeraria. Todo aquello palpitaba en sus relatos.
John Reed se vio involucrado en el fragor de varias batallas tratando de entrevistar a Pancho Villa. Quería hablar con quien en muy poco tiempo había llegado desde la oscuridad a la situación más luminosa de México, renunciando además a la presidencia de la república.
Cuando John Reed le preguntó por qué. Pancho Villa respondió que sería una desgracia para México que un hombre inculto fuera su presidente. Y después añadió que él solo sostenía la esperanza de un mejor mañana para los que nunca lo tenían.