La palabra como arma, en un tiempo en el que predominaron los mensajes con disparos.
La violencia era tan cotidiana como la penuria. Los precios arruinaban más todavía a quienes ya vivían en la pobreza. Las fábricas de Barcelona se llenaron de trabajadores que llegaban desde fuera: Valencia, Murcia, Almería. Tantos lugares y tanta necesidad. Había una relación muy turbia entre patrones y obreros.
Salvador Seguí era partidario de lo que se llamaría la cultura del pacto. Desde el pragmatismo, con su carisma, con su oratoria lideró el principal sindicato en Cataluña: la Confederación Nacional del Trabajo, la CNT. Él consiguió la unión entre los más pobres. Y la unión dio resultados. No fueron cesiones, fueron conquistas sociales logradas arriesgando conjuntamente.
Las victorias obreras fueron respondidas por la burguesía industrial catalana con despidos generales. Pero, también con la exigencia al Estado de represión total al movimiento en las calles. En aquellos años, hace una centuria, obreros y sicarios a sueldo de la patronal se enfrentaban a tiros cada día.
Uno de los asesinados fue Salvador Seguí. Sucedió hace 100 años. Fue cerca de la rambla del Raval. Fue mientras Salvador Seguí, el noi del sucre, caminaba con su compadre Francisco Comas. Ellos no los vieron venir. Tres tipos les abordaron por detrás. Les dispararon a quemarropa. Fueron ejecutados.
No hubo arrestos, no hubo detenciones. Lo que sucedió es que el movimiento obrero quedó si cabeza, sin voz, sin la voz del noi del sucre, el hombre que caminó sobre la utopía. Pocos meses después, comenzó la dictadura del general Primo de Rivera.