En el lugar donde ocurrieron los hechos, hoy, solo queda un pequeño monumento de mármol blanco. Es una tumba simbólica.
Esta es la voz de Jim Jones. Jones era un predicador que buscaba gente gregaria. Primero fascinación, después admiración, lealtad y -por último- fanatismo e idolatría. El Templo del Pueblo fue su congregación. Tres años antes del final, Jim Jones decidió que los seguidores del Templo debían dejar San Francisco.
Se mudaron a un paraje recóndito de la jungla sudamericana, hasta una excolonia británica que queda junto a Venezuela. El sitio se llamó la ciudad de Jones, Jonestwon. El reverendo Jim Jones se veía a sí mismo como la hibridación de Lenin y Cristo. Era un ídolo con alzacuellos y patillas. Parecía un Elvis evangélico. Se contaba que Jonestown era el lugar de la equidad económica y racial, mezclándose postulados del comunismo con la mística del fundamentalismo protestante.
Este es el sonido de cabina de un vuelo llevando adeptos a Guyana. Se les explicaba que el lugar donde iban a aterrizar era posible gracias al líder, al padre Jones. Les llevaban al paraíso de poder del reverendo. Era un poder tiránico.
Los niños que no querían cumplir con sus tareas eran castigados en el pozo; los adolescentes que se revelaban, recibían descargas eléctricas en los genitales. Si un adulto no cumplía con las reglas o se quejaba por la comida, o por el trabajo o por los lujos del líder, entonces, era encerrado en una caja de un tamaño más próximo a un ataúd que a un zulo.
Familiares de los seguidores de Jones pidieron ayuda a las autoridades de su país. Fue así como Leo Ryan, miembro de la Cámara de Representantes en el Congreso de los Estados Unidos, viajó a Jonestown en 1978. Fue acompañado de periodistas.
Se recibió a la comitiva con un espectáculo musical y una cena de gala. Todos parecían estar felices. Pero, el congresista interrogó a varios miembros de la secta en Guyana, y unos cuantos confesaron su deseo de volver con él a Estados Unidos.
Hubo revuelo, se extendió por el campamento la sensación de que algo estaba a punto de suceder. Y ocurrió. El congresista Jones fue apuñalado hasta la muerte. Los integrantes de la delegación, incluidos los periodistas, fueron masacrados a tiros. Jim Jones contó a sus fieles que su congregación iba a ser aniquilada, y que era preferible la muerte. Les aseguró que se reencontrarían tras la reencarnación. Lo que ahora vamos escuchar es un fragmento real de su último sermón. El sermón antes de la matanza.
Pedía ser compasivos con los niños y los ancianos y tomar la poción, como solían hacerlo en la antigua Grecia. Pedía que todos murieran calladamente. No estamos cometiendo suicidio, decía. Estamos haciendo un acto revolucionario. La mayoría ingirió cianuro mezclado con zumo de uva. Entre los muertos había 300 niños. La muerte por envenenamiento de cianuro es sumamente dolorosa. Sucedió en el mismo lugar y al mismo tiempo. Se encontraron 919 cuerpos.