Historia de James Joyce y David Beckham
Qué tienen en común James Joyce y David Beckham, el escritor y el antiguo futbolista.
Hace algún tiempo se hizo una encuesta en las islas británicas. Se preguntaba qué libro no ha podido acabar de leer, por mucho que lo haya intentado. Y resultó que uno era el Ulises de Joyce y el otro la autobiografía de David Beckham. El resultado era curioso. Porque Joyce y Beckham representan dos mundos sociológicos completamente distintos. Joyce logró hacer un retrato profundo de la naturaleza humana, Beckham es la imagen en los tiempos de la modernidad líquida.
Pero, yendo más allá en la comparación, centrándonos en los libros en cuestión, ocurre que Joyce escribió una de las novelas más influyentes del siglo XX, mientras que Beckham se supone que escribió uno más entre todos esos libritos comerciales sin ningún atisbo de brizna literaria. Y sin embargo, siendo tan distintos un libro del otro, puede decirse -y lo digo- que se entiende el resultado de aquella encuesta. Hay quien considera que el Ulises sólo puede leerse sufriendo. Son 717 páginas en las que cuesta encontrar por dónde anda el maldito argumento. Lo que se narra transcurre en único día en la vida de tres personas. Son 24 horas en 717 páginas, escritas exclusivamente para culturetas de nivel ultra pro.
Lo que a continuación van a escuchar -sin entender nada- es un pasaje del Ulises de Joyce.
"Ineluctable modalidad de lo visible: por lo menos eso, si no más, pensado a través de mis ojos. Las signaturas de todas las cosas estoy aquí para leer; huevas y fucos marinos, la marea que se acerca, esa bota herrumbrosa. Verdemoco, platazul, herrumbre: signos coloreados. Límites de lo diáfano. Pero añade él: en los cuerpos. Entonces, se daba cuenta de ellos, de los cuerpos, antes que de ellos coloreados. ¿Cómo? Golpeando contra ellos la mollera, claro. Despacito. Calvo era y millonario, maestro di color che sanno. Límite de lo diáfano en. ¿Por qué en? Diáfano, adiáfano. Si se pueden meter los cinco dedos a través suyo, es una verja; si no, una puerta. Cierra los ojos y ve".
La mente me implosionó tres veces tratando de comprender algo en este pasaje que puede que sea uno de los más celebres entre los lustrosos párrafos del Ulises. Aunque -en realidad- ese trecho de palabreo resulta tan incomprensible como todo lo demás. Ya lo dijo Borges en una conferencia.
En su Irlanda natal, Joyce era considerado un degenerado satánico. Es posible que algunos vieran en su cosmovisión literaria una retorcida conjura de mensajes ocultos en los que ponía verdes a sus paisanos irlandeses que -por otra parte- tanta afición sienten por ese color.
Mario Vargas Llosa estuvo en Anchorage, en Alaska, allá por donde anduvo el doctor Fleischman. Vargas Llosa fue en barco hasta la última frontera y en esa travesía se puso a leer un libro sobre las desventuras de Joyce para que le publicaran sus novelas. Dice Vargas Llosa que el caso de Joyce es único en el mundo: porque fue famoso antes de tener un solo libro publicado. Y cuestiona la ceguera de los editores que, al principio, no entendieron nada -como nos pasa a la mayoría- negándose ellos a publicar un libro que terminaría siendo el impulso renovador de toda la literatura de Occidente.