Fue una mañana de abril de 1946, cuando se publicó el obituario que el austriaco Schumpeter había escrito por la muerte de Keynes. Schumpeter escribía sobre el famoso economista lo que a continuación les voy a leer: "No tuvo hijos y su filosofía de vida era esencialmente a corto plazo". Hasta en la reseña por la muerte de Keynes latía el pulso que existió -y todavía existe- por la manera con la que tratar de entender algo tan complejo y tan político como la economía.
Dieciséis años antes de su muerte, en 1930, Keynes y su esposa -la bailarina Lopokova- visitaban la ciudad de Madrid. Vinieron a España porque Keynes fue invitado a la Residencia de Estudiantes, a la colina de los chopos, para que diera allí una conferencia.
Estamos escuchando un documento histórico. Es la propia voz de Keynes hablando de economía. En aquella conferencia - a la que me he referido- en la Residencia de Estudiantes, Keynes habló de usted señora, como dice el profesor Rodríguez Braun. El titulo de la conferencia fue 'Las posibilidades económicas de nuestros nietos'. Aquellos nietos de los que Keynes habló, somos nosotros.
El orden económico posterior a la Segunda Guerra Mundial se trazó partiendo del pensamiento keynesiano. El filósofo Bertrand Russell dijo de Keynes: "Es la mente más aguda que jamás conocí. Cuando discutía con él, raramente terminaba considerándome algo muy diferente a un estúpido".
Keynes fue miembro del llamado Círculo de Bloomsbury. Era un círculo formado por intelectuales británicos de principios del siglo XX, que empezó reuniéndose en la casa de Virginia Woolf. Keynes tenía la cabeza llena de números pero también una considerable sensibilidad para el arte. Y por eso, él participó en aquella misión. En 1918, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, Francia organizó una subasta de arte impresionista de la colección del pintor Edgar Degas, que había muerto recientemente.
Había cuadros de Cézanne, Manet o Gauguin, que eran genios todavía no tan reconocidos como ahora. En el círculo de Bllomsbury se pensó que algunas de aquellas obras podían quedar colgadas en la National Gallery a bajo precio, en una subasta en tiempos de guerra.
Y mientras en la Gran Guerra seguían muriendo soldados en las trincheras... Keynes y el director de la National Gallery, mister Holmes, se embarcaron con destino a la costa norte de Francia. Desde allí, tomaron un tren a París. Cada uno de ellos con un maletín. Entre ambos llevaban casi 30.000 libras esterlinas en billetes franceses. Al empezar la subasta, París fue sacudida por el estruendo de proyectiles enemigos. El estruendo fue tan enorme que algunos de los que habían acudido a la subasta huyeron. Aquello favoreció que los precios se desplomasen más todavía. De ese modo, Holmes y Keynes lograron gangas pictóricas.
Holmes, como director de la National Gallery rehusó comprar para el museo un Cézanne, un óleo con siete manzanas, que Keynes adquirió para él por 500 libras. Cuando llegaron a Inglaterra se dirigieron a Sussex, a una granja donde a veces se reunía el Círculo de Bloomsbury. Pero, el camino de acceso a la finca estaba embarrado. Por entonces sólo había asfalto en las carreteras principales. De modo que -como llevaban mucho equipaje- Keynes dejó el Cézanne ocultó tras un árbol confiando en que no lloviera. Cuando llegó a la granja, Keynes le dijo a sus amigos si bajáis por el camino de la entrada principal, a unos cien metros, donde comienza el bosque, allí, hay un Cézanne junto a un árbol.