CON JAVIER CANCHO

Historia de las leonas de Amboseli

Los buitres no mienten. No son los animales más simpáticos, pero no mienten. Y las guardabosques masáis lo saben.

Javier Cancho

Madrid |

Quienes miran las pantallas saben quién es Walter White, también conocido como Heisenberg. Quienes se han criado en tierra masái lo que saben es que los buitres no mienten. Si hay buitres, entonces, hay algún animal muerto. Si hay buitres, no hay animal pequeño. Eso también lo saben las cuatro guardabosques de la comarca masái en la sabana. Se llaman Eunice, Sharon, Loise y Anastasia. Una mujer anciana que vuelve de buscar leña les avisa de que el animal muerto es un ñu.

Cuando llegan donde sobrevuelan los buitres, ellas mismas lo confirman enseguida. Del ñu apenas queda la cabeza y los huesos roídos de las costillas; pero, hay algo más: en un matorral próximo, hay huellas.

Después de observar las huellas durante un minuto, una de ellas dice que fueron tres leones. "¿Cómo lo sabes?", se le pregunta. "Porque son dos hembras y un macho, llevan algún tiempo en esta zona". Las cuatro jóvenes reunidas entorno al rastro dejado por leones…las cuatro, integran una de las pocas brigadas de mujeres guardabosques que hay en Kenia.

Precisamente se las conoce como las leonas, son las leonas de Amboseli. Las cuatro muchachas patrullan parte de los 607 kilómetros cuadrados de tierras comunales que hay en torno al parque nacional de Amboseli. Les estamos hablando de un lugar que está al lado del Kilimanjaro, junto a la montaña más elevada de toda África. Ese enclave es un lugar relevante en el mundo y un espacio controvertido. Porque se trata de un corredor de paso para miles de elefantes.

Los elefantes están en peligro. La misión de las guardabosques, de -ellas- las leonas de Amboseli consiste en que los traficantes no hagan su negocio. Ahora que los parques nacionales de Kenia no tienen turistas, ellas se esfuerzan para que cuando el coronavirus se haya ido, los elefantes todavía sigan allí.

Las cuatro guardabosques masáis caminan, cada día, unos 20 kilómetros en busca de furtivos o de animales heridos. Cuando encuentran uno muerto, apuntan las coordenadas y lo documentan en su informe diario, que sirve para hacer mediciones anuales de fauna salvaje.

Ellas no van armadas, no ni llevan paraguas y ahora mismo -en este momento- llueve en el Amboseli, cerca del Kilimanjaro. Allí es temporada de lluvias. Y empezaría ya a serlo de turistas. Pero, los caminos polvorientos de Amboseli están desiertos. No hay señales de todoterrenos cargados de occidentales, que gritan de emoción cuando se cruzan con un leopardo. No hay blancos maravillándose al encontrarse con una familia de más de treinta elefantes que corren, uno detrás de otro. También hay menos ojos mirando a los furtivos. En Namanga, en un pueblo fronterizo con Tanzania, circulan rumores estos días sobre caza mayor de jirafas.

Aunque si hay algo que interesa a los furtivos es el marfil de los elefantes que siguen muriendo más por disparos que de viejos. Y los furtivos están al acecho. Aprovechan la situación creada por la pandemia. En Kenia, de momento, hay determinación para sostener la labor de los guardabosques. Pero al otro lado de la frontera, en Tanzania, antes había 33 guardabosques para patrullar una superficie más extensa que la keniana, y ahora solo quedan 13. Y sucede que los animales no saben de fronteras. Los keniatas les protegen en su territorio pero en cuanto pasan a Tanzania desaparecen. Dicen las leonas de Amboseli que en estos días los furtivos están haciendo dinero: cuanto más ganen ellos más pierde la fauna salvaje.