con javier cancho

Historia del escritor Mark Twain

Decía Mark Twain que cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, entonces, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar. También mencionó en alguna ocasión que hay tres clases de mentiras: la mentira a secas, la maldita mentira y las estadísticas.

Javier Cancho

Madrid |

Existe un lugar donde puede visitarse la tumba de Eva. Me estoy refiriendo a Eva, aquella mujer que fue la primera dama cuando -según el Génesis- no había ninguna otra. Pensándolo bien, si hubiera sido Eva quien hubiera escrito el libro del Génesis tal vez le habría dado por aclarar que ella no nació de ninguna costilla ni se comió ninguna manzana que le hubiera dado una serpiente. Quizá Eva, habría precisado algunos detalles antiguos, tan antiguos que no había ni testigos porque se supone que no había nadie porque Adán y Eva fueron los primigenios. Un genio llamado Mark Twain escribió los diarios de Adán y Eva. Y colocó en la tumba de Eva el siguiente epitafio: "Dondequiera que ella estuviera, allí se hallaba el Paraíso".

Otro tipo de paraíso es el que se pierde cuando se va escapando esa textura del tiempo que sólo tiene la infancia, el tiempo de la verdadera libertad cuando el porvenir parece infinito.

Ese es el tiempo narrado por Mark Twain en 'Las aventuras de Tom Sawyer'. Twain es el padre de Tom Sawyer y de Huckleberry Finn. Sobre uno de aquellos muchachos, dijo Hemingway que toda la literatura estadounidense, toda, proviene de un libro, uno llamado Huckleberry Finn. De modo que podría decirse que Mark Twain fue el primer gran escritor norteamericano. Un escritor que -aún hoy- hace de guía -a pesar de estar muerto-…él, Mark Twain puede guiarnos -todavía- por las brumosas nieblas del Mississippi, allá donde se podía ser intrépido.

Eran las cuevas del Mississippi: un vasto laberinto de retorcidas galerías que se separaban unas de otras, para volverse a encontrar sin que condujeran a ninguna parte. Se decía que se podía vagar días y noches por la intrincada red de grietas sin llegar nunca a la salida. Se decía que se podía bajar y bajar a las profundidades de la tierra y por todas partes era lo mismo: un laberinto debajo del otro y todos ellos sin término ni fin.

Se cuenta que en una ocasión, un tipo a quien Mark Twain consideraba un tiburón de los negocios se creyó en la necesidad de decirle al escritor: "antes de mi muerte pienso hacer peregrinación a Tierra Santa; quiero subir a lo alto del monte Sinaí para leer allí y en voz alta los Diez Mandamientos". Podría hacer usted una cosa todavía mejor -replicó Mark Twain-, podría quedarse en su casa de Boston y empezar a cumplirlos.

Siendo todavía joven, Mark Twain, fue a ver a su vecino para pedirle prestado un libro. Lo lamento mucho, dijo el vecino, pero no presto libros. Sin embargo, le invito, cordialmente, a que venga a leerlos a mi biblioteca. Algunos años después, el vecino llamó a la puerta de la familia Twain para pedir prestada una podadora. El escritor sonrió amablemente y dijo: perdóneme, pero, hace tiempo tomé la decisión de que ninguno de mis utensilios salga de aquí. Pero, usted puede -si lo desea- venir a servirse de cualquiera de ellos en mi jardín.