Dice el doctor Al Youssef que la situación es muy insegura por los bombardeos. Se ataca a civiles en pueblos y ciudades, pero también se ataca hospitales. Y por supuesto, añade, faltan las necesidades básicas para la vida. La guerra en Siria ya dura más de ocho años. Y en la provincia de Idlib, al noroeste del país, los ataques aéreos se han intensificado en los últimos meses. Durante este 2019, en Idilb, han aumentado los muertos, heridos y desplazados.
En poco tiempo, han ido llegando cientos de miles de personas que están viviendo en condiciones terribles. Viviendo debajo de los olivos, sin agua limpia, con riesgo considerable a la propagación de enfermedades por la inevitable falta de higiene. Hay niños desnutridos por todas partes. Y a todo ese horizonte hay que añadir el miedo.
Probablemente ni siquiera podamos imaginar el impacto emocional que supone el temor a las bombas que caen del cielo, cuando tus vecinos -a un lado y al otro de la calle- han sucumbido.
Después de ocho años, hay lugares en Siria donde últimamente esas detonaciones han aumentado. Llegan avalanchas de heridos por bombas a lugares que -aquí, con nuestra mirada- nunca pensaríamos que son hospitales. En Siria, hay personas que en situación de máximo riesgo y enorme desgaste mantienen su compromiso e integridad respecto a los demás.
Mohammad Al Youssef es endocrino, y la mayor parte de su carrera como médico la dedicó al tratamiento de la diabetes. Pero, hace diez años, fue sometido a un trasplante de riñón. Y no mucho después de su trasplante comenzó la guerra civil en su país. Y una guerra siempre lo cambia todo.
Antes, en Siria, el tratamiento de los trasplantados estaba normalizado: había hospitales y medicamentos gratuitos. Pero, en el año 2011 la guerra comenzó. Y dependiendo de dónde vivieras, al margen de lo que pensaras, podías ser arrestado o asesinado. Daba igual que estuvieras camino del hospital porque tenías un riñón trasplantado.
De pronto, todas las personas que habían recibido un trasplante de riñón tenían que comprarse sus propias medicinas si las encontraban. Y necesitaban esas medicinas para seguir vivos. Después de un trasplante, los pacientes deben tomar inmunodepresores durante el resto de su existencia para que el cuerpo no rechace el nuevo órgano.
Por eso, en 2014, el doctor Al Youssef decidió contactar con Médicos sin Fronteras. Conocía la situación de 22 trasplantados que no podían pagar los fármacos que precisaban que para seguir viviendo. Médicos sin Fronteras encontró la forma de hacer llegar la medicina a esas personas en situación de máxima vulnerabilidad. Y se corrió la voz en medio de la guerra. Y otros trasplantados en otros lugares de Siria buscaron la ayuda del doctor Al Youssef. Ahora mismo, el doctor supervisa la situación de más cien trasplantados al norte del país. Son personas que dependen de su compromiso, de su entrega.
Al Youssef cuenta que se siente satisfecho de ser útil a personas que viven al límite. Aunque un desafío tan grande, en medio de la guerra, después de tantos años, también le ha dejado agotado. Querría entregar tanta responsabilidad, en algún momento. Aunque, en el fondo, sabe que seguirá adelante. Dice el doctor Al Youssef que le gustaría dirigir un mensaje de amor a los países occidentales, para que ayuden a los sirios presionando a los partidos regionales, para avanzar en el proceso de paz, para alcanzar un solución política que detenga la acción militar.