Historia de la importancia de llamarse Oscar Wilde
Oscar Wilde fue el tipo que podía resistirlo todo menos la tentación. Sabía que todo santo tiene un pasado y todo pecador un futuro.
Él asumía que la experiencia es el nombre que damos a nuestras equivocaciones. Y para que no viviéramos confundidos recomendaba que perdonásemos a nuestro enemigo porque de todo lo que fuésemos capaz de hacerle no habrá nada que le enfurezca más. Wilde estaba al tanto de que sólo hay una cosa peor que el hecho de que hablen de uno, y es que no hablen de uno. Oscar Wilde fue el hombre que cuando se dispuso a cruzar la frontera le espetó al guarda: no tengo nada que declarar, salvo mi genio. Su ingenio no envejeció con los años. Mientras su ingenio crecía, su juventud se desvanecía. Y fue así como un día descubrió que no era lo suficientemente joven como saberlo todo. Por eso, decidió tomárselo con sarcasmo, mostrando disposición a hacer cualquier cosa por recuperar su juventud. Cualquier cosa, excepto ejercicio, madrugar o ser un miembro útil para la comunidad. Al fin y al cabo, la vida es demasiado importante como para tomársela en serio. Ya saben, la seriedad es el único refugio de los superficiales. Llegados a ese punto solía decir que es absurdo dividir a la gente entre buena o mala, la gente o es entretenida o es tediosa. Respecto al asunto bélico, como analogía de estos días, Oscar Wilde nos había dicho que mientras la guerra sea considerada como algo malvado, seguirá provocando fascinación. Cuando empecemos a considerarla como lo que es: algo vulgar, -entonces- dejará de parecer tan interesante.
A Oscar Wilde le condenaron por no amar lo que se supone que debía. Le condenaron por querer públicamente a un hombre, en el siglo XIX. Amó a un joven de familia poderosa. La pasión de Oscar Wilde fue el hijo del marqués de Queensberry. Y el aristócrata -digamos- que enfureció. Y resultó que aquel tipo -el padre del novio de Wilde-, fue quien inventó las reglas del boxeo. El marqués golpeaba las puertas de su mansión proclamando que su hijo no podía juntarse con sodomitas. Hubo persecución, amenazas. Y el asunto se puso tan intenso que Oscar Wilde tuvo que entrar por la puerta de atrás del teatro St. James para acudir al estreno de ‘La importancia de llamarse Ernesto’.
Aquel amor de Wilde se complicó de tal modo que terminó con el escritor en la cárcel. Aunque antes de que le metieran entre rejas, mostró ante el tribunal hasta qué punto sus golpes de efecto tenían más pegada que los puñetazos que el marqués iba dando por todo Londres. El padre del amante de Oscar Wilde buscó chaperos para que testificaran en contra del escritor. Algunos habían estado con él, pero unos cuantos de los que pasaron por el juicio habían cobrado por mentir. Cuando salió a testificar un muchacho, algo enjuto, y de dentadura escasamente simétrica, el fiscal le preguntó si había estado con él, a lo que Wilde contestó: Jamás me acostaría con un chico tan feo.
Era el siglo XIX, era el tiempo del puritanismo británico. Al salir de la cárcel Wilde terminó emigrando a París. Fue allí donde murió arruinado y repudiado por los suyos. En este 2020 se van a cumplir 120 años de su último día. Tenía meningitis. Aunque, los historiadores sostienen que él decía que lo que de verdad le estaba matando eran las cortinas de la habitación de aquel hotel en el que se hospedaba. Decía que eran demasiado feas. En su última día pidió una copa del champán más caro que había. La pidió siendo consciente de que nunca podría pagarlo porque no tenía dinero y porque tenía la íntima sensación de que la estaba palmando. Me estoy muriendo por encima de mis posibilidades, le dijo al médico poco antes de agonizar. Muchos antes de aquello Oscar Wilde dejó escritos unos cuantos libros memorables.