con javier cancho

Historia de la prematura muerte de Jason Polan

Estaba tratando de dibujar a cada una de las personas que viven en Nueva York. Casi siempre lo hacía sin que ellos lo supiesen. Y ya había retratado a más de 30.000.

Javier Cancho

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Jason Polan se propuso dibujar personas todos los días. Y sólo se puso una regla: dibujaba a las personas mientras podía verlas, en el momento en el que desaparecían de su mirada dejaba el bolígrafo. Dibujaba en estaciones de metro, en museos, restaurantes…en las esquinas. Intentaba pasar desapercibido. Y procuraba fijarse en la esencia gestual de cada uno, con la inalcanzable intención de que todos fueran importantes por un instante.

Y la gente necesita que se la considere. En las sociedades donde no hay hambre ni pulsiones de esa urgencia, una de las mayores necesidades de esta época es que recibamos consideración. Que se nos preste atención. Por eso, Jason empezó a recibir correos: estaré en la esquina de la calle 14, 15 minutos antes de las tres de la tarde. Llevaré una chaqueta amarilla y botas de goma azul marino.

Jason dejó de dibujar el pasado mes de enero. No pudo concluir su quijotesco proyecto de esbozar la esencia de todos los conciudadanos de la ciudad de Nueva York. A Jason le mató un cáncer, con 37 años, antes de que el coronaviurs acabase con la vida de más de 20.000 neoyorkinos.

De hecho, es muy posible que unos cuantos de esos 20.000 difuntos fueran retratados por Jason Polan durante esta década que termina con año pandémico. Mucha muerte sólo el primer semestre del año 20. ¿Pero, hay -acaso- tiempo para la tristeza en una vida tan efímera como la que tenemos? Quizá, una de las muchísimas respuestas que se pueda dar a esa pregunta está en el legado artístico de Jason Polan que fue un tipo capaz de encontrar el equilibrio entre lo fugaz y lo icónico, entre lo deslumbrante y lo mundano.

Su último dibujo fue el de un hombre sentado en un taburete con una voluminosa chaqueta de invierno. Jason solía decir que por muy aburrido que parezca un día, siempre está pasando algo a tu alrededor. Decía que caminar hasta la siguiente esquina es una oportunidad para fijarse en algo, para apreciar la importante del instante.

El ilustrador español Juan Berrio se entretuvo en esbozar instantes que acompañó con frases encontradas. Berrio se fijo en la pequeña comedia humana. Siendo paseante, fue testigo accidental de conversaciones fragmentarias. Por ejemplo, se fijó en lo que un marido le decía a su esposa: pero, qué guapa te has puesto…casi no te había conocido. O en lo que un niño le dijo a su padre: ¿no sabes que volar es más importante que trabajar? O en lo que una señora le contaba a su vecina: Yo si se rompe algo de vajilla, no repongo nada, total, mis nueras lo van a tirar todo.

Son fogonazos de secuencias de vidas ajenas. De palabras que escuchamos involuntariamente, de proyecciones que hacemos sobre cómo son aquellos que sólo en ese momento pasan a nuestro lado. Como en esa mesa de restaurante justo al lado de la nuestra con esa pareja. Se ve que debe ser la primera o la segunda vez que quedan. Y él le dice a ella, con un tono más bien intenso: para mí las letras son algo muy serio, de hecho pienso que las letras pueden ser igual de exactas, o más, que los números.