CON JAVIER CANCHO

Historia de los psicofármacos, un relato de locos

El uso de antidepresivos ha aumentado de un modo exponencial en los últimos veinte años. La prescripción de psicofármacos ha crecido un 200% en España desde el año 2000.

Javier Cancho

Madrid |

Los hipnosedantes, es decir, los tranquilizantes, somníferos o antidepresivos son la tercera droga más consumida en España por detrás del alcohol y el tabaco. El 21 por ciento de la población los ha tomado alguna vez durante el último año. Uno de cada cinco españoles ingirió esos fármacos en 2019. El 7'5 por ciento de la población de este país toma diariamente pastillas para la depresión. Según las prospecciones sanitarias que se hacen para los años 20, no parece que esos años -esta vez- vayan a ser muy felices. En estos años 20, la depresión será ya el segundo problema sanitario más relevante en España. Los expertos lo consideran un fenómeno social, un fenómeno que puede ser llamado tristeza masiva.

La Sociedad Española de Psiquiatría subraya un dato: fíjense el 80% de los hipnosedantes son recetados por los médicos de atención primaria. Dependiendo del momento y del lugar, en España entre un 30 y un 60% de los pacientes que acuden a atención primaria describiendo estados psicológicos de ansiedad o depresión. Son dificultades a las que suele responderse con la receta de antidepresivos o ansiolíticos. En España hay muchos más fármacos que especialistas en salud mental. En nuestro país se dispone de 4 psicólogos, cuatro, y 6 psiquiatras, seis, por cada cien mil habitantes; en la media europea hay 18 psicólogos y 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes.

Sobre lo que está pasando en nuestras cabezas, Zygmunt Bauman tenía algunas explicaciones. Estamos viviendo una era en la que casi nada es sólido. No es sólido ni el Estado ni la nación ni la familia ni el empleo ni el compromiso con los demás. En la nueva era, nuestros acuerdos son temporales, válidos solo hasta nuevo aviso. Estamos viviendo el tiempo inestable. Antes se tenía la sensación de pisar tierra firme, ahora se es como los marineros que van de puerto en puerto, teniendo amores líquidos, sin compromiso con nada ni con nadie. Ustedes están viviendo en el desconcierto sin seguridades a las que sujetarse.

El activismo lo es sobre todo por el móvil, resultando mucho más sencillo unirse en la protesta que en la propuesta. Esta no es la época de los líderes, estamos viviendo el tiempo de los asesores. Los valores han sido privatizados cerniéndose la soledad como la gran amenaza en los tiempos de la individualización. Lo que se está perdiendo es la ética. Mientras la sociedad en su conjunto busca cíclicamente sedantes morales para tranquilizar sus evanescentes escrúpulos éticos. Nos estamos perdiendo de tanto sedarnos.

Con el tiempo transcurrido puede llegar a pensarse que la depresión económica no fuera una crisis, sino la nueva realidad. El nuevo estado es el estado de crisis. ¿Acaso, es posible que la gente esté dejando de creer? ¿Ha colapsado la confianza? ¿Existe la sospecha de que la democracia no cumple sus promesas?

Son muchas las personas que piensan en que como vivimos en una sociedad justa, buena, equilibrada, protectora; entonces, si alguien tiene problemas de ansiedad, tristeza o insomnio debe de ser culpa de ellos mismos. Eso es lo que está pasando. La frustración está ahí, es una forma de vida. Y para sus malestares expansivos se nos ha dicho que con unas pastillas y unos consejitos de positividad la frustración como forma de vida desaparece. Pero, ¿realmente creen ustedes que es posible que desaparezca? Se dice que los psicofármacos son la mercancía ideal: porque no tienen que demostrar ninguna mejoría.