CON JAVIER CANCHO

Historia de la última frontera, la frontera social

El coronavirus ha llegado a todos los continentes. No distingue fronteras nacionales, tampoco políticas -lo vimos ayer- y ni siquiera sociales.

Javier Cancho

Madrid |

La frontera social marca los límites relacionados con la riqueza. Y al otro lado de esa frontera, los ricos no están reparando en gastos para tratar de alejarse del virus. Tengamos en cuenta que el miedo cuesta dinero. Paliar el temor viene a salir caro. Ese factor ya lo hemos detectado en los aeropuertos. Las líneas aéreas se han quedado sin pasajeros; en cambio, ha aumentado el número vuelos en aviones privados. Por ejemplo grandes ejecutivos han cambiado los asientos de primera clase por las butacas de clase preferente que son las de los aviones exclusivos. Al otro lado de esa frontera hay algún margen de maniobra frente al virus que contrasta con lo que esta semana escuchábamos en una oficina de empleo. Allí, un parado decía que él no tenía miedo al virus. Decía que si él se moría en España habría un parado menos. Decía que hasta las estadísticas mejorarían con su fallecimiento.

Otra opción son los yates de lujo para los que habían planificado un mes en una villa privada en el corazón de la Toscana. La renuncia es grande, sí; pero, no olvidemos que los yates son uno de los juguetes favoritos de los millonarios. No piensen ustedes en pequeño. Hay yates que son palacios flotantes…con jardines, cines, jacuzzis, gimnasios o piscinas en su interior y con la posibilidad de darse unos garbeos por el Mediterráneo sin pasar calor y descartado cualquier tipo de incertidumbre con el coronavirus.

También están los catalogados como servicios médicos de boutique. Una compañía llamada Sollis Health ofrece salas de urgencia vip, con atención inmediata de especialistas. Y con servicio médico a domicilio, por ejemplo, en Los Hamptons. Los Hamptosn están a unos 150 kilómetros de Manhattan. En el sector este de Long Island. Aquello es un paraíso para ricos, con mansiones rodeadas de bosques fabulosos junto a playas interminables. Es un paraje que corta la respiración por su belleza y las expectativas por sus precios. En las casas del área de Los Hamptons se han puesto de moda unos aparaticos que se llaman Molekule Air, que son purificadores de aire de lata gama que rondan los 800 dólares cada uno.

Se llama Simon Huck es empresario y presume de ser amigo Kim Kardashiam. La compañía del señor Huck ha agotado sus existencias. Vende equipos de supervivivencia. También se le han agotado unos bolsos llamados Mover -que valen a 150 dólares- y contienen botiquín, una bolsa de deshechos bilógicos, desinfectante de manos, baterías, una linterna y otros objetos análogos, con un diseño ultra cool. Simon Huck le ha contado al New York Times -con una sonrisilla- que su compañía abrió hace sólo 40 días y ya tienen ante sí toda una pandemia global.

Estamos escuchando el trailer de una película titulada Contagio, que se estrenó en el año 2011, con la dirección de Steven Soderbergh. Con una trama en la que un virus mortal comienza a propagarse desde China por todo el mundo. De modo que en pocos días, la enfermedad ya mata a miles de personas. El contagio sucede por el mero contacto entre seres humanos. Una de las actrices del reparto es Gwyneth Paltrow que a comienzos de este mes llegaba a París en vuelo privado haciéndose un autorretrato con mascarilla recordando en Instagram aquella película titulada Contagio.

La mascarilla de la señorita Paltrow es el modelo más caro de una compañía sueca llamada Airinum. Tiene cinco capas de filtración y un acabado ultrasuave ideal para el contacto con la piel. Es una mascarilla que no se vende en farmacias, pero sí -por su diseño- en la tienda del Museo de Arte Moderno de Nueva York. Es mascarilla que cuesta casi 100 dólares. Es una mascarilla al otro lado de la última frontera.