El consejo de esta semana lleva por título: No caigas en la incorrección política. Yo ya sé que la corrección política es la enésima quincalla intelectual que importamos de ultramar, pero solo hay una cosa más estúpida que ella, y es la incorrección política, que es su némesis.
¿Qué es la incorrección política? A mi juicio, el abandono de toda ambigüedad. Los enemigos de la corrección política, que carecen de "pelos en la lengua" y exigen que se digan "las cosas claras", piensan que hay que marchar por la vida "sin complejos". El incorrecto es una persona muy sincera, muy espontánea, que te dice lo primero que le pasa por la cabeza, es decir, que ni piensa lo que dice ni, seguramente, dice lo que piensa. Habría que responderle lo que escribiese Ortega (Ortega y Gasset, digo, no Ortega Smith) hace un siglo: cuando alguien me advierte de que va a ser sincero conmigo, sé que va a comunicarme alguna grosería.
Recuérdense los versos de Quevedo (de nuevo, me refiero a Quevedo el del siglo de oro, no al cantante de trap), aquellos versos que dedicó al Conde-Duque de Olivares: "¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?". Yo los cambiaría por "¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de decir lo que se siente?".
Vamos a ver… ¿Qué sería de la paz social si yo me encuentro con el vecino y le digo, so pretexto de ser muy espontáneo, que ese peinado le queda fatal y que sus hijos son muy feos? ¿O si me pongo a describirle, so pretexto de ser muy sincero, mis problemas digestivos?
Esto también se ve entre las personas de letras: de repente proliferan escritores que lucen sus vergüenzas como si fueran blasones, que mezclan la literatura con el morbo del exhibicionismo, y que piensan que están haciendo un harakiri y que están poniendo heroicamente las tripas en el manuscrito cuando, en el mejor de los casos, están haciendo el equivalente literario a la telebasura. Dice Javier Gomá en su libro Dignidad que «nuestro héroe de la sinceridad, cuando se mete a escritor, se preocupa no tanto de escribir bien, acomodándose a las reglas del arte, como de escribir verazmente, esto es, sin escamotear a la mirada pública lo corrompido y degradante de uno mismo».
A mí estas personas desacomplejadas me dejan perplejo, porque parecen portar algún tipo de virtud especial, como si hubieran rasgado el velo de maya o como si supieran alguna verdad que los demás, los pusilánimes que seguimos comportándonos con arreglo a la civilidad, con convencionalismos y demás, desconocemos.
En conclusión:
Hoy la gente practica una sinceridad a discreción. Yo creo que es mejor es practicar la discreción a secas, y guardarse la sinceridad donde a uno buenamente le quepa.