Mientras, se va despejando un poco el horizonte del fútbol y se vislumbran las posibilidades reales de reanudar y terminar la competición. Se van viendo también los charcos que va a dejar la tormenta.
Por ejemplo, en las divisiones inferiores, donde será imposible finalizarlas, hay que resolver quiénes suben a Segunda y quienes a Segunda B de Tercera. En total, 80 equipos de Segunda B y 441 en Tercera, con sus sueños e ilusiones de ascensos y permanencias que no van a poder terminar su competición.
La propuesta es que los cuatro líderes actuales de Segunda B suban a Segunda y que los 18 líderes de Tercera, suban a Segunda B.
Es una huida hacia adelante en un momento en que cualquier decisión posible parece injusta. Yo tampoco sabría proponer una solución mejor porque posiblemente no la haya.
La cuestión es que esto también es fútbol. El fútbol de presidentes que se dejan sus dineros en los clubes, el de los jugadores que sueñan con el fútbol, pero que viven de otros trabajos.
Es un fútbol menos mediático, pero igual o más pasional y bastante peor parado y agradecido y al que encima le va a caer la carga más pesada y despreocupada de esta tormenta.
Para el lunes, la Liga de Fútbol Profesional ha convocado a una videoconferencia a todos sus clubes para explicarles que pueden comenzar a entrenar ya la próxima semana, aunque aún no hayan hecho los test a sus jugadores.
Van a tener que hacerlos, pero ya dijo la señora del Consejo Superior de Deportes que cada uno tendrá que pagar los suyos. Faltaría más, nada que no supieran.
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