No haberlo llevado habría sido un desafío peligroso, al público, a los especialistas más cualificados, como Piqué o Iniesta, que mostraron su extrañeza, pero también al destino, porque si el próximo jueves no ganan en Croacia, quedarán fuera en la fase final de la Liga de las Naciones, y comenzaría la caza de culpables y culpas, y la baja de Jordi Alba sería una de las más esgrimidas. Nunca he tenido proximidad con Luis Enrique.
En el Mundial de Estados Unidos, cuando Tasotti le rompió la nariz, su relación con nosotros fue cordial. Después, cuando se fue al Barça debió sentirse agraviado por algo o alguien que yo desconozco, y construyó a su alrededor una trinchera beligerante contra la prensa de la que no salió tampoco cuando se hizo entrenador. Sí he notado un cambio a mejor desde que está en la Selección, como si fuese consciente que está en un club que es de todos, de todo un país, en el que no tiene enemigos, porque todos queremos que gane.
Sus contestaciones no son tan beligerantes, ni hostiles, ni ásperas. Mejor así, para él y para la selección, y si además elige a los mejores sin importarle lo que hayan dicho o de quien son amigos, mejor para todos.