Ayer, Jennifer Hermoso explicó en la Audiencia Nacional cómo se sintió cuando Rubiales la cogió por las orejas y le plantó un beso en la boca en las celebraciones del Mundial de fútbol que acababa de ganar. Dice que no le pidió permiso ni pudo responder, que estuvo fuera de contexto, que la estaba besando su jefe, que no le pareció bien y no pudo evitarlo.
A un superior jerárquico es difícil mandarle a la mierda y más en público. Entre las preguntas que le hicieron ayer a la delantera, hubo algunas que se repiten mucho en los juicios por agresiones sexuales, las que cuestionan cómo reacciona la víctima, como si se juzgara su reacción en vez de lo sucedido antes.
Las víctimas de agresiones a veces se quedan en casa llorando. Otras salen de fiesta con las amigas para animarse. A veces van a terapia y otras a trabajar. A veces suben una foto a redes con un atardecer, otras con una sonrisa y nada. Nada de eso tiene que ver con si alguien hizo algo con su cuerpo contra su voluntad. Las víctimas de agresiones no suelen serlo justo después de ganar un Mundial de fútbol. Aún así, la idea de la buena víctima sigue presente en los interrogatorios de Jennifer. Hermoso.
Que si por qué se reía en el autobús con las jugadoras, que sí por qué se fue a Ibiza, que por qué le dio dos palmadas a Rubiales después de que la besara si tanto le incomodó. En definitiva, ¿por qué después de ganar el Mundial se siguió comportando como si hubiera ganado el Mundial? Lo único que determina si ese beso es o no una agresión es si quien lo recibe lo quiere, no la buena intención del jefe al dárselo, ni cómo de afectadas estén luego sus hijas, ni si la novia del jefe está de acuerdo. Sí, eso también lo alegó Rubiales. No, un beso solo es un beso. Si las dos personas lo quieren.
¿Moraleja?
Si no es consentido, no es un piquito, es un delito.