Imagina una adolescente de 13 años que intenta colarse en los premios de la MTV. Es el año 2000 y todavía la MTV es la MTV. La niña intenta entrar pero no logra pasar. Les suplica a los conductores de limusinas que le den alguna pista de cómo entrar a ver a su ídolo. Uno comenta que si se pasa luego por una fiesta seguro que la dejan entrar, que le gustan jovencitas. Ella va deslumbrada. Es lo más cool de la música del momento. Al llegar le dan a firmar un papel y una bebida. “Ya estás lista para la fiesta”, le dicen. Esa bebida tiene droga. En la fiesta la violaron dos hombres famosos y una mujer, también famosa, observaba la escena.
Eso dice una de las siete denuncias nuevas (y van ya más de 150) contra Sean Combs, el anfitrión de esas fiestas, el rapero magnate de la música al que, como decía aquel conductor de limusinas “le gustaban las jovencitas”. Entre los denunciantes por violación también hay hombres y mujeres mayores de edad, casi todos artistas o aspirantes a serlo, a los que el Sean Combs, también conocido como Puff Daddy, les prometía que haría de ellos grandes estrellas. Lo que hacía era drogarlos y violarlos en sus famosas fiestas, según las denuncias. E invitar a otros amigos famosos cuya identidad todavía no sabemos.
El rapero, muy poderoso en la industria musical, está en la cárcel. El juicio se celebrará el año que viene y tiene el mundo en vilo por cuántos nombres famosos pueden salir. Como si el que hubiera violaciones sistemáticas en sus fiestas no fuera suficiente escándalo. Puff Daddy está acusado de tráfico sexual y crimen organizado después de pasarse más de 20 años sintiéndose intocable y montando estas fiestas con cientos de cćmplices y sin que nadie se atreviera a denunciar. Y hace ya 7 años del #metoo. A medida que aumentan las demandas, aumenta también la popularidad de su música en Spotify. Las escuchas a Puff Daddy se han disparado un 50% desde su detención.
¿Moraleja?
Cuántas denuncias por violación, siguen sin hacerse por miedo a la presión.