Al pedirle a la gente que describa el país en una palabra, el 79% utilizó ‘dividido’ y ‘corrupto’. ¡El 79%! Solo el 2% decía algo positivo del país. Menos de la mitad tenía esperanzas y casi dos tercios poca o ninguna confianza en su sistema político. Ah, y el 80% dijo no estar orgulloso de sus políticos en la campaña electoral. Ese país va hoy a las urnas. Hablo de Estados Unidos.
Un país que sirve de ejemplo del daño que hace la polarización a la democracia. Es uno de los países donde más se ha promovido en los últimos años el voto anti, en vez del voto a favor. Partidismo negativo se llama eso. Movilizar a los votantes en contra del adversario en vez de a favor de unas ideas. Llevarlo a votar por la amenaza que supone el rival en vez de ilusionándolo. Sirve para entender el duelo Trump-Harris y el 23J. Pero yo quería hablarte de Estados Unidos.
Cuenta The Economist que en la última década este fenómeno del partidismo negativo se ha disparado en todo Occidente y que es algo malo. Muy malo. Lo usan tanto la derecha como la izquierda y a ambos lados del Atlántico. Degrada la democracia y la confianza en las instituciones necesaria para que la política resuelva problemas. También es un caldo de cultivo para la violencia. Porque cuando más odio se promueve, cuanto más se manipulan las emociones y se retrata al otro como amenaza, menos se percibe que funcione la política y más probable es que la gente enfadada recurra a la violencia.
No hace falta irse a Estados Unidos para ver los efectos negativos de la política anti y la antipolítica. Y del peligro de que dos partidos se odien tanto que sean incapaces de colaborar y eso no solo desgaste las instituciones, sino que cueste vidas. Porque la polarización puede matar, sin ir más lejos, cuando entorpece que dos administraciones colaboren en una tragedia. Lo tenemos bien cerca. Pero yo quería hablarte de las elecciones de Estados Unidos.
¿Moraleja?
Estados Unidos vota enfadado y el mundo en vilo por el resultado.