Con lo rápido que están desapareciendo partidos y procesos políticos en España, urge una nueva rama de la politología, la politología forense. Sería el que llega las noches electorales vestido con una bata blanca, porque las batas blancas siempre visten mucho, y con una tiza marca el contorno de las víctimas de las resacas electorales. Si no, es un lío.
Mira el empeño de unos en certificar el fin del procés y el empeño de otros en negarlo. Sería muy útil para evitar malentendidos un forense que zanje la discusión. No solo por los partidarios que se niegan a aceptar que se acaba. También por los detractores, que a menudo son los que más necesitan mantener con vida un enemigo.
Anoche hubiera hecho falta uno de estos forenses en la reunión de la Ejecutiva de ERC para certificar si es de verdad la dimisión de Oriol Junqueras. Otro líder del procés en presunta retirada. Junqueras dejará la presidencia del partido tras las elecciones europeas del 9 de junio. La secretaria general, Marta Rovira, que sigue en Suiza, también dimitirá. En diferido y en el exili.
Falta por saber si que Puigdemont cierre la mansión de Waterloo y se mude al sur de Francia mantiene las constantes vitales del procés activas o es antesala de su jubilación. Hay muertos vivientes que no saben que lo son.
Esté muerto o no, el procés está quedándose huérfano. Aragonés, Rovira, Junqueras… Como si sus padres fundadores no quisieran estar ahí cuando el forense dé la triste noticia a la familia indepe. ¿Causa de la muerte? Fallo múltiple.
Si finalmente certifica muerte del procés, el forense podría apuntar numerosas causas: la derrota en las urnas, las dimisiones de la cúpula, pero antes la desmovilización en las calles, las sentencias judiciales y hasta el 155. También los símbolos han ido muriendo. Ahora cuando vistes de amarillo, en vez de pensar en el procés, la gente pregunta si eres del Borussia de Dortmund.
¿Moraleja?
Falta certificar si otra causa de muerte del procés es la amnistía a medio aprobar o si es lo que lo va a resucitar.
