Acaba de estrenarse en Madrid ‘El rey que fue’, la última obra de Els Joglars, un retrato magnífico sobre Juan Carlos I. Podría parecer una sátira de la figura del emérito, pero a ratos es más bien un documental. Es tan verdad, y tan loco, todo lo que cuenta de nuestro ex jefe de Estado que necesitamos verlo hecho ficción para terminar de creerlo. No se han hecho muchas obras sobre el emérito. Con lo importante que es el teatro para terminar de metabolizar la vida. A veces necesitamos que llegue un dramaturgo a poner orden en todo lo que nos pasa.
Los periodistas hacemos lo que podemos con la realidad. Luego llega Boadella y al subirla al escenario nos terminamos de creer que este país sea así, porque si no hay días que es difícil tomarnos en serio. Un rey caído, orgulloso, frívolo y consentido, que presume de no haberse leído en su vida un libro entero y que se empeña en comerse una paella en alta mar, en aguas del golfo Pérsico, con un jeque, a bordo de un velero y acompañado de una amante, un banquero pelota y un bufón, esperando un maletín lleno de dinero… Podría parecer una escena burlesca. Demasiado buena para ser real. Ahora sabemos que la vida es así. El teatro no engaña.
Es, qué sé yo, como un tener un ex ministro todopoderoso caído en desgracia que para esquivar la UCO se desquita por los platós afirmando que si se ha estado en una marisquería, en el reservado de una marisquería, con su ex asesor implicado hasta las trancas en una trama de corrupción, es porque se lo ha encontrado por casualidad. Casualidad ha dicho Ábalos que fue que se viera con Koldo en enero, que no habían quedado. Ni que en vez de La Chalana aquello fuera el Ricks’ café. De todos los bares, en todos los pueblos en todo el mundo, Koldo entra en el mío. Ábalos empieza a parecer un personaje de Boadella.
¿Moraleja?
Este país es tan entretenido, que a veces solo la comedia le da sentido.