Estábamos entretenidos con la formación de Gobierno y nos estamos perdiendo un culebrón del que seguramente depende el futuro no de un gobierno, no de una empresa, sino de la humanidad. Y no tiene que ver con los ministros que salen ni entran, aunque sí con un despido. Es el culebrón de lo que está pasando en la inteligencia artificial. Y lo que está pasando es cosa de humanos, en realidad. Humanos peleándose. Para variar.
El futuro de la humanidad depende de unos cuantos directivos endiosados que llevan desde el viernes en un drama entre Sucession y Terminator 2. Es un lío corporativo. El viernes la organización Open IA, la dueña de ChatGPT, despidió repentinamente a Sam Altman, el hombre del momento en tecnología, el máximo responsable de este chatbot de inteligencia artificial que tanto nos ha fascinado en el último año.
Hay muchas cosas que todavía no sabemos, incluida la razón por la que la junta decidió despedir a Altman. Aunque sí hay algunas sospechas inquietantes. Pero vamos antes con las certezas. La más obvia es la del caos que esto trae a la empresa de ChatGPT, que desde el viernes se está desmoronando.
Su nuevo director ejecutivo quiere frenar la IA y cientos de sus empleados podrían irse a Microsoft, que acaba de fichar a Altman, el recién defenestrado. No sé si me sigues. Otra de las consecuencias es que sale ganando Microsoft, inversor de Open IA. Tendrá de saldo el equipo más prometedor de IA del momento.
¿Y las sospechas? Las sospechas del despido tienen que ver con una brecha filosófica. Así la llama el The New York Times. En Open IA había temores internos a que Altman estuviera construyendo algo peligroso y por eso lo despidieron. Es la brecha entre los que apuestan por el crecimiento rápido y los que piden más cautela para la inteligencia artificial. Si donde lo han contratado no parece que le vayan a poner cortapisas, la IA podrá crecer más deprisa todavía. Sus riesgos, también.
¿Moraleja?
El futuro de la inteligencia artificial depende de este drama empresarial.