El Gobierno ha aprobado en el Parlamento una reforma de pensiones valiente para garantizar el equilibrio del sistema. Una reforma valiente es la que se lleva a cabo en contra de la opinión pública, en contra de las encuestas, las huelgas y las manifestaciones, pero con el convencimiento de que a la larga es mejor para todos. El Gobierno que ha hecho esa reforma de las pensiones, pensando en el largo plazo y a costa de desgastar su imagen, es el francés.
El Gobierno de Macron acaba de aprobar una reforma que retrasa la edad mínima de jubilación de 62 a 64 años. Dice que así garantiza el equilibrio financiero del sistema para 2030. La calle está en pie de guerra contra esta medida polémica. En Francia nadie duda de que mejore la sostenibilidad, la duda es si su partido puede ganar las elecciones después de algo tan impopular o será tanto malestar lo que dé definitivamente alas a Le Pen.
En España también tenemos nuestra reforma de pensiones en marcha, pero aquí las dudas son otras. El Gobierno ha llegado a un acuerdo consigo mismo y con la Comisión. Y de lo que no hay dudas es de que no va a perjudicar electoralmente al Gobierno. Cómo va a hacerlo, si la propuesta promete "un gran refuerzo de los ingresos del sistema" sin recorte alguno en las pensiones.
Si además, la reforma con la que logra desactivar la idea de la insolidaridad generacional prometiéndole a los jóvenes que esta reforma solo la pagarán las rentas altas, resuelto el problema. El electoral, digo. El de las pensiones ya veremos. Porque aumentar el gasto en pensiones en vísperas de la jubilación del ‘baby boom’ no augura mucha solidaridad con las siguientes generaciones. Tiene complicaciones, claro. Como convencer a la gente de que basar el aumento de recaudación en el aumento de cotizaciones no lastrará el empleo en el país con la tasa de paro más alta, sobre todo el paro juvenil.
¿Moraleja?
El Gobierno logra el ‘ok’ de Bruselas a la reforma de pensiones, aunque necesitará muchas revisiones.
