Trump habló en su discurso de investidura de amor, de Dios y sentido común. Una vez más, cuando un político invoca el sentido común se refiere, en concreto, a lo que a él le venga en gana. Trump invocó esa “revolución del sentido común” en la Rotonda del Capitolio, donde la insurrección del hombre del bisonte que él mismo alentó hace cuatro años.
Por lo menos esta vez llega ganando las elecciones. Y promete que no iniciará ninguna guerra, pero sí que recuperará el Canal de Panamá. Suponemos que por favor. Dice que resolverá los problemas urgentes de los estadounidenses, pero su urgencia en cambiar el nombre de Golfo de México por Golfo de América no queda claro qué problema arregla.
A su alrededor, rodeado casi exclusivamente de hombres blancos y mujeres rubias, prometió “devolver la prosperidad a los ciudadanos de todas las razas, religiones, colores y credos”, para luego aclarar que él es el elegido de Dios para salvarlos. No a todos, claro. No a los millones de personas que pueden ser deportados a partir de hoy, aunque lleven toda su vida viviendo en Estados Unidos y hayan tenido hijos allí, aunque tengan hipoteca y trabajo. Para ellos no empieza la liberación sino el miedo.
También tienen motivos para tener miedo las personas trans, cuya existencia directamente negó, con la contundencia que Putin niega que en Rusia haya homosexuales. Recibió muchos aplausos en el Capitolio cuando lo dijo. Seguro que el del bisonte habría aplaudido también. Y aplauden los más de 1500 indultados por el asalto al Capitolio, incluido su líder, un hombre descrito por los fiscales como violento y extremista, condenado a 22 años de cárcel.
Y le aplaudieron también mucho cuando reivindicó la meritocracia, en la tribuna preferencial, los milmillonarios y consejeros delegados de las grandes tecnológicas. En primera fila, claro, que su dinero les ha costado, con sus fortunas y sus algoritmos al servicio del nuevo presidente. Los poderosos han acordado fortalecerse mutuamente en esta nueva edad de oro… Para ellos. Sentido común, supongo.
¿Moraleja?
Los jefes de Amazon, Google, Apple y Meta, se han quitado la careta.