Buenos días, Carlos
Miles de niños empiezan hoy la vuelta al cole. Y ya sabemos lo importante que es la primera semana para las primeras impresiones. Que se lo digan a Liz Truss, la primera ministra de Reino Unido. Y que se lo digan también a Pere Aragonès, presidente de la Generalitat de Cataluña.
Es difícil superar a Liz Truss como comienzo de curso más difícil de todos. Hace menos de una semana Isabel II la invitó a formar gobierno. Y solo dos días después Truss vivió el día que marcará su carrera: la muerte de Isabel II. Ni por el paquete de ayudas de 100 000 millones de libras, ni por los recortes de impuestos ni por las facturas de energía. A la nueva primera ministra se la juzgará estos días por cómo gestione el luto por la reina. Le ha tocado el cambio más decisivo del país nada más llegar. Y está por ver si esto la eclipsa o sale fortalecida.
Aquí en España, el comienzo de curso de Pere Aragonès no está siendo fácil tampoco. Lo suyo más que por la gestión de un acontecimiento histórico es por la ausencia de este. No está siendo fácil para los independentistas a los que se les lleva tanto tiempo prometiendo la independencia ver que esta ha quedado aparcada y se desangra en divisiones internas.
Estas divisiones quedaron claras ayer en la manifestación descafeinada de la Diada. A ratos parecía el entierro del procés. Un entierro al que no acudió el president de la Generalitat. Aragonès prefirió no ir para evitar que le gritaran lo de ‘botifler’, traidor, a la cara. Cómo han cambiado las cosas cinco años después de aquella manifestación masiva que calentó las calles antes del referéndum ilegal del 1-O. Esta vez el retrato que quemaban los manifestantes no era el de Felipe VI, sino el del president de la Generalitat.
¿Moraleja?
Cuando el comienzo de curso marca un final de ciclo, lo mismo forja un liderazgo, que hace aflorar el hartazgo.