Ayer Puigdemont salió a decir que no se fía de Sánchez. Y que “dé la cara”, le dijo también. Exigió, además, que el presidente de someta a una cuestión de confianza. Esto último no es más que un farol, porque por más que Junts haya registrado en el Congreso una iniciativa para que Sánchez se someta a una moción de confianza, solo el presidente Gobierno puede convocarla. Y Puigdemont no puede exigir tal cosa. Pero le viene bien que lo parezca ahora que llevábamos tiempo sin hablar de él.
Puigdemont busca conseguir casito, lo primero, y así encarecer el apoyo al Gobierno de cara a los Presupuestos. Le sube el precio al presidente afeándole a Sánchez no cumplir sus compromisos. Pero la verdadera cuestión de confianza de Sánchez va a ser si es capaz o no de aprobar los Presupuestos.
Pero merece la pena pararse un momento en la insistencia de Puigdemont en que el presidente no es de fiar y en que Sánchez “dé la cara”. Puigdemont, el hombre que dijo que se retiraría de la política este verano si no ganaba las elecciones y ahí sigue, habiéndolas perdido, repartiendo carnés de quién es de fiar; el que huyó del país en 2017 para evitar ser juzgado… ¿Es el que pide dar la cara? ¿El que hizo una declaración de independencia de ocho segundos en vez de convocar las elecciones que prometió? ¿El que engañó a sus votantes también cuando dijo, en pleno 155, que tras las elecciones del 17 volvería al Palau de la Generalitat?
Claro, que Puigdemont criticando a Sánchez por no ser de fiar es una burla solo comparable a la de este Gobierno presumiendo de cumplir sus compromisos. ¿Cuáles? ¿Los de no indultar a los presos del procés o los de indultarlos? ¿Lo de nunca amnistiarles o el de aprobar la amnistía a cambio de la investidura? Normal que Sánchez y Puigdemont no se fíen el uno del otro, lo que no es normal es que la gobernabilidad de España dependa de ellos.
¿Moraleja?
Mientras Sánchez y Puigdemont negocian los Presupuestos, que nos ahorren el paripé de ir de honestos.