Extraño lugar este en el que estamos, entre la normalidad y el abismo. Puede que no pase nada, que no pase nada más, en respuesta al ataque de Irán a Israel de este fin de semana, en el que Teherán lanzó unos 300 drones y misiles a territorio israelí. O puede que una respuesta de Israel incendie la región y con ella desestabilice el mundo de un modo impredecible. Y ahí estamos. En algún lugar entre la normalidad y el abismo. Entre que todo siga igual o cambie para siempre.
“A quien nos haga daño, nosotros le haremos daño”, ha advertido Netanyahu en respuesta a los ataques. Pero esto del ojo por ojo es un terreno menos aritmético de lo que parece. ¿La represalia es proporcional si se hace en función al daño que causó Irán con el ataque de los drones, o sea, casi nulo? ¿O el ataque es proporcional en función al daño que podría haber causado de haber conseguido esos 300 drones su objetivo? ¿Pero cuál era realmente el objetivo de ese ataque en el que el 99% de los artefactos fueron interceptados después de que Irán avisara de que los iba a lanzar?
El daño que Irán pretendía haber causado puede ser exactamente el que consiguió. De hecho, Irán se da por satisfecho con el ataque fallido, apela a una especie de empate y pide que el mundo aprecie la moderación con la que ha actuado. Sí, sí, moderación lo llaman. Qué extraño lugar este es el borde del abismo.
De momento, a la espera de qué hace el gabinete de guerra de Netanyahu en el que ahora mismo se decide el futuro de buena parte de la humanidad, mientras Estados Unidos y Europa abogan - y rezan -, porque esto no escale más, lo más parecido a una buena noticia está en la bolsa. El petróleo cotiza a la baja y los mercados europeos sortean la incertidumbre. Eso es que entre el abismo y la estabilidad, al menos, los mercados apuestan que prevalecerá la estabilidad.
¿Moraleja?
Seguimos al borde del abismo, esperemos que esta calma no sea un espejismo.