Mucho hablar de relato y lo de anoche en el Congreso recuerda que al final la política trata de leyes y mayorías para que salgan adelante. Al final ni lo uno ni lo otro. Agonía. Tensión. Y caos. Mucho caos. Porque después de una tarde frenética de negociaciones, el Gobierno no ha sido capaz de aprobar el plan fiscal previsto. Lo que sí ha conseguido, además de dejar clara su debilidad parlamentaria, es enfadar a todos los socios a la vez. Y ni siquiera eso es fácil. Hay que esmerarse mucho para enfadar a la vez a Bildu y Junts, a Podemos, ERC y PNV.
La sesión arrancó a las cinco de la tarde y hasta la madrugada no se consiguió un acuerdo in extremis que no sé si se puede llamar acuerdo, la verdad. Consiguió un apaño con ERC, Bildu y BNG para prorrogar, por un año, el impuesto a las energéticas. Un compromiso que sirve de poco sin Junts y Junts ya ha dicho que en ningún caso aceptará extender ese impuesto. Así que difícilmente se va a convalidar en el Congreso.
Luego, el Ministerio de Hacienda, tras la votación, dijo que mantenía su acuerdo con Junts para no gravar a las energéticas. O sea, desmentía el acuerdo que previamente había alcanzado con ERC, Bildu y BNG. Un lío. Podemos ya ha dicho que solo apoyará la reforma fiscal si ese impuesto se mantiene. Junts que solo si se quita. Y el PNV está muy enfadado con tanto desorden. Y cuidado con enfadar al PNV.
Al final, ni lo de la fiscalidad del diésel, ni de las socimis, ni de los seguros privados, ni a la banca. El truco este del Gobierno de meter muchas enmiendas en un mismo paquete para transponer algo que exige Bruselas a ver si así cuela ya no cuela. Ahí es donde se ve la incompatibilidad ideológica de los socios del Gobierno. En lo único que se ponen de acuerdo Sumar y PNV, Bildu y Junts es en no fiarse del Gobierno.
¿Moraleja?
Dónde está la mayoría progresista, en el Congreso ya no parece que exista.