Vivimos tiempos peligrosos. Lo dice el portavoz del Servicio Secreto de Estados Unidos que ha salido a explicar hace unas horas el nuevo intento de asesinato de Trump en su campo de Golf en Palm Beach. El segundo intento de asesinato fallido de esta campaña contra el candidato republicano desde aquel del 13 de julio en un mitin en Pensilvania.
Trump ha vuelto a estar cerca de recibir un disparo. Esta vez mientras jugaba al golf entre arbustos, lo que facilitó esconderse al hombre armado que, según el FBI, quería atentar contra la vida del ex presidente. Esta vez Trump no ha resultado herido. Un agente del Servicio Secreto vio a lo lejos el cañón de un rifle semiautomático con mira telescópica que se asomaba entre los arbustos y atacó al sospechoso agazapado, que logró huir del en un coche negro. Un vecino que pasaba por ahí hizo una foto de la matrícula y en seguida lo detuvieron en la autopista. El sospechoso fracasó y está detenido.
Esa es la buena noticia. La mala, todas las demás. ¿Qué está pasando en Estados Unidos para que un candidato sea atacado dos veces en tan poco tiempo? Se evitó el desastre, pero el abismo ha vuelto a estar muy cerca. La discusión ahora está en cómo ha podido volver a pasar. Si Trump debería tener la misma protección que un presidente o si no debería exponerse en entornos de difícil control como un campo de golf abierto. Pero esta vez la campaña electoral no se ha suspendido. La violencia política empieza a ser parte del tétrico paisaje en un país con 20 millones de rifles semiautomáticos en manos de civiles.
Y si aprendimos algo del primer atentado contra Trump es que es pronto para saber las consecuencias en la campaña. Aquella foto con Trump ensangrentado junto a la bandera parecía en julio determinante para las elecciones, pero todo ha cambiado desde entonces. ¿Volverá a cambiar otra vez? No sabemos. Lo que sí sabemos es que vivimos tiempos peligrosos.
¿Moraleja?
La violencia, las armas y la polarización pueden llevar fuera de control la situación.