Pues sí, los húngaros no sólo tienen al famoso pianista Franz Lizst. O su amor por los caballos o por el waterpolo. O el goulash. O un parlamento realmente bonito en Budapest… Los húngaros también pueden presumir de un invento que pocas personas se acuerdan de reconocerles: El cubo de Rubik, creado en la Hungría de los años 70. Es anecdótico que este famoso juego, uno de los símbolos más reconocibles del mundo comercial, el juguete más vendido, no sea un artefacto capitalista, sino un producto creado y vendido por primera vez en un país comunista.
Hay tres hombres que explican la historia del cubo de Rubik: el hombre que lo diseñó, el hombre que lo vendió y el hombre que lo compró.
Erno Rubik: su creador
El húngaro Erno Rubik, era diseñador, arquitecto y profesor de universidad, pero no diseñó el cubo para enseñar nada a sus alumnos, como se ha dicho muchas veces. Lo hizo, como "elogio", porque era un friki de la geometría y en su casa experimentaba con invenciones y artilugios de todo tipo.
Rubik se obsesionó con la idea de mover bloques de un cubo sin que este se desmontara. Después de pasar meses experimentando con bloques de madera y de papel unidos con pegamento, clips, cuerdas, gomillas y diversas formas de sujetarlo, finalmente encontró una forma para que los bloques del puzle se movieran independientemente sin caerse. Los ensambló alrededor de una cruz o eje de coordenadas.
El propio Rubik describió de forma poética su hallazgo, diciendo: “Empecé a girar el cubo y era como ver un desfile de colores. Era como salir a dar un paseo y ver un montón de vistas bonitas. Pero llega un momento en el que decides volver ya a casa, o sea, poner los cubos de nuevo en orden. ¿Y cómo se hace eso?”.
En total, Rubik tardó un mes en resolver su propio invento. Un mes estuvo metido en su cuarto de la casa de su madre (con ella vivía todavía) para resolver su propio cubo. Tenía 29 años. Rubik lo describía así: “Era como ver un texto escrito en clave y que no entendías… ¡pero que habías escrito tú mismo!”.
El cubo es un invento de 1974, que Rubik patentó pocos años después como “el cubo mágico”, que era un nombre mucho más atractivo que su descripción en el registro de patentes: “un juguete de lógica espacial”. Es gracioso lo que escribió en 1987 la revista americana Discover: “El cubo no tenía ninguna de las características de la industria juguetera: ni hablaba, ni silbaba, ni lloraba, ni disparaba nada, ni se le podía cambiar la ropa, ni salía en una película ni usaba pilas…”. De hecho, de las 10.000 unidades que se encargaron a la fábrica, la mitad se devolvieron
Tibor Lazci: el hombre que lo vendió
Con ese escaso éxito, el cubo de Rubik bien podría haberse quedado toda la vida detrás del telón de acero. Hasta que apareció el segundo hombre de nuestra historia: el hombre que lo vendió, Tibor Lazci. Lazci era un empresario húngaro que se topó en Budapest con uno de los cubos ruinosos de Rubik y le vio potencial millonario.
Se fue corriendo a hablar con su inventor, a quien Lazci describe como un hombre con aspecto de mendigo, pero también como un genio. Se supone que Rubik le preguntó, un poco desesperado: “¿Crees que eres capaz de que vendamos 30.000 cubos?”. Y Lazci respondió: “Rubik, si fuéramos a vender sólo eso ni estaría aquí”.
Tom Kremer: el primer comprador
En 1979 se celebró en Nuremberg una importante feria juguetera. No era la primera, ni mucho menos, en la que ya se intentaba vender este cubo multicolor, pero los vendedores ni lo destacaban en su stand, lleno de otros juguetes, ni lo sacaban de su caja para enseñarlo, ¡ni sabían siquiera cómo resolverlo…!
Tibor Lazci recurrió a un método más tradicional de venta: cogió el cubo y empezó a pregonarlo a voces por toda la feria (llamándolo, por cierto, “El Cubo Mágico”). Y así es como consiguió atraer la atención del tercer hombre de nuestra historia: el empresario británico, y experto en juguetes, Tom Kremer. Que hizo dos cosas: ordenar un pedido de un millón de unidades y decirle a Laczi: “Esto que tenemos en las manos es una maravilla del mundo”. Y acertó.
El Cubo de Rubik saltó el telón de acero y se convirtió en el Juguete del año en 1980 y 1981 en Reino Unido. Y en EE.UU se hicieron libros, videojuegos, dibujos animados, gags en Saturday Night Live… Y así fue como todos nos olvidamos un poco de que venía de Hungría.