Buenos días, Carlos,
Me pregunto cuántos de los que han intentado este verano desconectar, desconectar de verdad de las noticias, lo habrán conseguido realmente. Porque este era el verano de la postpandemia, el del cruci para olvidarnos de todo. Y, de pronto, en agosto, una crisis totalmente nueva: en medio de las olas de calor, de la sequía y los incendios… ¡La crisis del hielo! Que no sería la más importante, pero sí, seguramente, la que mejor resume este momento tan incierto.
España a 40º y, de pronto, escaseaban los hielos. Muchos supermercados se quedaron sin ellos. Los telediarios incluso hacían tutoriales para explicar cómo hacer cubitos. Descubrimos generaciones enteras de españoles que nunca los habían visto hacer en casa (los hielos son una de las pocas cosas que hace mucho que saben mejor industriales que caseros). Además, de los hielos ni siquiera se podía hacer acopio compulsivo como cuando lo que escaseaba era el papel higiénico o el aceite de oliva.
El fin de la abundancia, que decía Macron este verano, a España llegó en forma de cubito. Y así, claro, no había forma de desconectar de las noticias, porque lo peor no era que faltaran hielos en las fiestas del pueblo, lo peor era que corrías el riesgo de que te explicaran por qué.
Y vuelta a hablar de la Ómicron, que si hizo que calcularan mal los fabricantes de hielo la recuperación del turismo y vuelta a hablar de los costes de la energía desbocados por la guerra. Putin hasta en el chiringuito. La crisis del hielo ha sido una suma todas las crisis juntas: pandemia, inflación, cambio climático, guerra… Todas las noticias de las que queríamos desconectar en ese café con poquito hielo.
¿Moraleja?
Pues que me temo que este invierno viene tan frío que echaremos de menos cuando la noticia era la crisis del hielo.
