Monólogo de Alsina: "Ábalos perdió la ocasión de llevarse a los periodistas a la sala VIP de Barajas y reconstruir su saludo con Delcy"
Algo es algo: Ábalos en Barajas. Con los periodistas delante. No para hablar de Delcy sino de aterrizajes de emergencia. No para despejar las dudas que aún genera su episodio nocturno de hace tres semanas sino para hablar del dron infiltrado.
Madrid |
Qué ocasión perdió ayer el ministro de llevarse a los periodistas a la zona vip de la terminal 1 y reconstruir su larguísimo saludo a la vicepresidenta madurista y sus gestiones para que la policía no la detuviera.
El ministro no estaba ayer en Barajas para comentar su peripecia aeroportuaria sino para supervisar, y celebrar, el buen funcionamiento de los servicios de emergencia movilizados por el aterrizaje, con una rueda menos y un motor dañado, del avión que iba para Toronto y se tuvo que dar la vuelta.
La peripecia del piloto que confirma al pasaje que ese ruido que sonó, y esa sacudida, fue el destrozo de una rueda y suimpacto en uno de los motores. Las varias horas sobrevolando Madrid a poca altura para consumir combustible (que Greta nos perdone) y el avión militar enviado a comprobar desde fuera los daños sufridos.
El episodio de este aparato que sufre una avería nada más despegar y gracias a la pericia del piloto consume el combustible necesario para perder eso y poder tomar tierra con el aeropuerto preparado para un posible accidente.
Hizo bien el ministro en desplazarse a Barajas a subrayar el buen trabajo de todos los profesionales implicados. Sabiendo que por este episodio, de final aliviado, nadie le volverá a preguntar.
Por lo otro, lo de Delcy y el saludo interminable, será preguntando el ministro (le guste o no le guste) en el Congreso de los Diputados, donde ya está en marcha la legislatura con todos sus procedimientos ordinarios. Y eso incluye, por supuesto, el control del gobierno, que es una de las funciones principales de la cámara. El curioso incidente del ministro a medianoche le permite a la oposición solicitar una comparecencia del ministro que el gobierno haría bien en aceptar con deportividad.
Aunque sólo sea para que no haya que recordarle a los partidos gubernamentales, el PSOE y Podemos, las cosas que le decían al PP (y con razón) cada vez que bloqueaba una petición de comparecencia en la mesa del Congreso. ¿Cómo era aquello que decía Lastra? El abuso de poder, la utilización partidista de la presidencia del Congreso, en fin, todo aquello. El talante y la transparencia se demuestran con los hechos, no con la verborrea.
Para resolver los problemas, lo primero es no negarlos. El ministro Planas, que es el encargado de negociar con Bruselas la política agraria y de atender las necesidades de quienes cultivan el campo y crían ganado ha hecho justamente eso: sentarse a escucharlos.
Ayer celebró su primera reunión con las organizaciones agrarias. Y allí donde su colega la ministra de Trabajo no veía razón alguna para vincular la pérdida de empleo rural con el salario mínimo...
...el ministro admite que hay que darle una vuelta al asunto para ver cómo paliar ese efecto negativo.
Es de primero de política que la forma de calentar los ánimos de quienes están en situación apurada es desdeñar sus demandas, y que la forma de enfriar esos ánimos y atemperar las protestas es demostrar interés por lo que dicen y comprometerse a estudiarlo. La ministra de Trabajo hizo lo primero, despachar el asunto como si fuera una herejía cuestionar el impacto del salario mínimo, y el ministro de Agricultura está en lo segundo. En no cerrar la puerta a nada y reconocerles a los productores que el margen comercial que ellos tienen es bastante inferior al de los distribuidores, y que ahí hay terreno para hacer reformas.
No es un secreto que las movilizaciones de la semana pasada han preocupado a un parte de los dirigentes socialistas (los más pegados a comarcas agrícolas) y han preocupado menos a Podemos (cuya implantación en el mundo rural es inferior) y a los sindicatos de clase, que se empeñan en ver a los productores agrarios y ganaderos como terratenientes casposos.
Para esta semana están anunciadas nuevas protestas (hoy, en Toledo, el miércoles en la puerta del ministerio) que el ministro intenta rebajar con buen criterio. Las organizaciones agrarias mantienen el pulso y las manifestaciones (hoy mismo, en Toledo) pero admiten que el diálogo por lo menos ha empezado.
Que haya Rey no depende de que Rufián, Borrás y los de Bildu quieran que lo haya. Rey hay, les guste o no les guste. Como hay Constitución, aunque no les guste, y Tribunal Supremo aunque no quieran.
Ya sabemos que el Rey a ellos no les representa. Pero es que el Rey no representa, en realidad, a nadie. Los representantes de los ciudadanos son los diputados y senadores, no el monarca. El Rey es el jefe del Estado, que es otra cosa (como incluso Rufián y Borrás saben). Tampoco parece necesario perder el tiempo en rebatir las fake news que cada día nos intentan colocar algunos portavoces políticos. No hay un sujeto jurídico llamado pueblo gallego, ni pueblo catalán, y no son los Rufián y las Borrás los portavoces de ningún pueblo. Este papelito de cuarta que leyeron a cinco voces ayer, y que llamaron campanudamente manifiesto, provocador que no ha provocado, en realidad, a nadie. La matraca deja de tener efecto en cuanto se convierte en matraca.
El Rey no dijo ayer en el Congreso nada distinto a lo que reiteradamente viene diciendo desde que es Rey. Incluso antes, cuando aún era príncipe. En esencia, que el Parlamento representa a todos los españoles, que en eso consiste la soberanía nacional y que por eso es allí donde deben alcanzarse los acuerdos.
El mismo mensaje que siempre ha dado el Rey, tan oportuno como siempre que un gobierno y una oposición se han empeñado en negarse mutuamente la condición de demócratas. Al Rey, como siempre, los partidos políticos le aplauden mucho (ahora ya hasta Podemos le elogia porque cree que al decir que se dialogue les está dando la razón a ellos), los partidos le aplauden mucho pero le atienden poco. El Congreso está lleno de diputados encantados de que España sea de unos contra otros.
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